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sábado, 29 de agosto de 2015

Les digo que entre los mortales no ha habido nadie más grande que Juan...Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús


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TEMAS PARA PREDICAR
¿BUSCAS LA GRANDEZA ENTRE LOS HOMBRES  O QUE DIOS TE DECLARE QUE ERES GRANDE?

Muchísimas veces en la vida, en diferentes dominios o actividades de nuestro diario vivir, buscamos ser «un grande». Cuando me refiero a ser grandes no estoy diciendo ser «agrandados». Me refiero a «ser un grande», «ser un gran padre, ser una gran madre, ser un gran amigo, ser un gran ministro, ser un gran hermano». En la Biblia, el libro a los Efesios dice que somos hechura de Dios.

  «Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica» (Efesios 2:10).

La palabra «hechura» es la misma que se traduce al español como «poema». Por lo tanto, el texto revela que en verdad «Somos un poema de Dios» destinados a ser grandes en diferentes funciones, actividades y lugares donde nos tocó vivir y llevar a cabo su plan.
Él nos escogió antes de la fundación del mundo para ser grandes, para marcar una diferencia al desarrollar todo el potencial que nos regaló como sus poemas preciados.
En los últimos años vi a muchas personas confundir el «ser grandes» con ser «agrandados». Individuos que han logrado el espacio y contexto de autoridad o que Dios les ha abierto puertas para bendecir a su Pueblo.

El Señor los bendijo con miles de santos a su cargo y en vez de servirlos se enaltecen. Han construido grandes iglesias, con grandes presupuestos y enormes edificios. Pero también con grandes murallas entre ellos y la gente que Dios puso a su cargo. Guardaespaldas, numeroso séquito de alabadores personales y altanería que sirven de muro entre el pueblo de Dios y ellos.


También observamos en el mundo actual aquellos que confunden «ser grandes» con «ser agrandados» en sus modales, hábitos y forma de relacionarse con otros. La arrogancia se convirtió en moda de una cultura exitista que dejó de lado la integridad y los valores que la Biblia declama.

Otros, que han sido llamados a ser grandes, se conforman con ser de promedio bueno.
Frecuentemente son buenos en la mediocridad, pero cuando quieren participar de grandes juegos en su vida, ser grandes en aquello que aman, les falta herramientas o modelos para seguir. Se conforman con ser promedio bueno. Una definición de promedio es: «el mejor de los peores o el peor de los mejores». ¿Quién desea ser del promedio desde esta perspectiva? Elevemos nuestra visión de ser grandes en cada área de nuestra vida.

Pero cuando queremos ser grandes, algo nos está faltando. Nos preguntamos: «¿Hay algunas características en la Palabra de Dios que nos enseñe a ser un grande?». Sí, las hay. Podemos aprender de las Escrituras a «ser un grande».


GRANDES PARA DIOS

  «Todo el que infrinja uno solo de estos mandamientos, por pequeño que sea, y enseñe a otros a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos; pero el que los practique y enseñe será considerado grande en el reino de los cielos» (Mateo 5:19).

Llegará el tiempo en que aquellos que practiquen y enseñen las Escrituras serán considerados grandes en el reino milenario. No se los titulará grandes por lo que harán en el tiempo venidero sino por lo que hicieron en su vida, por haber elegido no ser pequeños a la estatura de las circunstancias, sino grandes a la altura del amor de Dios en su vida antes de la Segunda Venida del Señor Jesucristo.

¡Es posible ser un grande! Podemos elegir cambiar nuestra vida de promedios o fluctuaciones y pasar a diseñar acciones para ser grandes en nuestro diario vivir. En un mundo y un tiempo donde encontramos hombres pequeños que se arrastran tras el dinero o las pasiones, o agrandados por no haber sostenido aquello que los llevó a ser líderes, podemos elegir ser grandes, en cada pequeño acto de la vida, en cada hecho cotidiano, cada vez que nos relacionamos con otros o con el mismo Señor Jesucristo.

El salmista Jaime Murrel dice en una de sus canciones: «Amar no es sentir sino actuar». Y este es nuestro tiempo para amar a lo grande, no con migajas. Pero…, ¿Cómo se puede ser un grande?
La Palabra de Dios nos enseña cómo ser grandes en cada área de nuestra vida y no tener miedo de serlo.
¿Quién mejor que Jesús para enseñarnos y así aprender a ser un grande?
Jesús dijo:

  «Les digo que entre los mortales no ha habido nadie más grande que Juan» (Lucas 7:28).

El Señor Jesús hablaba de Juan el Bautista como el más grande de los mortales. Según Jesús, Juan era «un grande». ¿Qué características tenía este hombre para que Jesús dijera eso de él?

Si alguien quisiera ser llamado grande o saber si llegó a ser un grande en alguna área de su vida, quién mejor que Jesús para confirmarlo.

Qué magnífico sería que cuando el Señor retorne y estemos cara a cara, él pueda decirnos que hemos sido «grandes» cristianos, grandes ejemplos, grandes posiblidades para otros. Que nos diga «eres un grande».

Jesús dijo que no había hombre más grande entre los mortales que Juan el Bautista. Oír estas palabras de boca del Mesías nos anima a preguntar quién fue Juan el Bautista para que sea reconocido de esa manera.


JUAN EL LÍDER


Históricamente pensamos en Juan el Bautista como aquel profeta solitario enviado por Dios antes que Jesús. Pero vemos que fue mucho más que eso. Juan el Bautista fue un líder.
Cuando nos referimos a él como líder no estamos hablando de aquel que lleva la voz cantante en un grupo, o que tiene la autoridad para decir o hacer. No hablamos de quien dirige sino de quien lidera. No direcciona la vida de las personas sino que muestra un camino más excelente, abre espacios y contextos que antes no existían, crea nuevas realidades que antes no existían. Dirigir a personas genera una dependencia mortal con los dirigidos. Ellos no pueden vivir sin aquel que direcciona su vida. Cuando este desaparece, ellos también. Liderar es ayudar a crecer para que puedan pasar a nuevos niveles por su propia elección.

Entendemos por líder a alguien que va adelante de otros. Juan el Bautista fue alguien que iba delante liderando un proceso.

Para ser un grande primero debe ser un líder, no solamente de personas, sino también de su propia vida. Aprender a mirarse en el espejo del Señor y ver la gloria de Dios reflejada en su vida. No se empieza liderando a cientos de personas, sino a su propio ser, su entorno más íntimo, lo cotidiano. Con el primer equipo que trabaja el líder es con su propio ser. Y eso nace de la decisión de entrenar su propia vida y desarrollarse de tal modo que sus frutos sirven de ejemplo a otros.

En las últimas décadas, el entrenamiento disponible para los líderes los ha ayudado en su formación, no en su transformación. Se prepararon con técnicas de oratoria, de estrategias, de manejo de masas, pero poco hizo para los momentos de presión familiar, para guiar a la familia, para desarrollar una vida de santidad y ser luminares en medio de una generación maligna y perversa. Si bien son exitosos en sus trabajos, siguen entremezclados en diferentes dominios con la cizaña que crece galopante donde no logran diferenciarse.

En muchos casos no pueden ir más allá de lo que son. Aunque lo intentan, la formación no ayuda para ser poderosos espiritualmente y en su manera de ser, solo la transformación lo logra. Caen ante los ojos de los que lo siguen, de Dios o de las circunstancias.


LLAMADO A LIDERAR

En el Santísimo de los santísimos, el ángel Gabriel profetizó a Zacarías, el padre de Juan el Bautista sobre la vida de su futuro hijo:

  «Él irá primero, delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y guiar a los desobedientes a la sabiduría de los justos. De este modo preparará un pueblo bien dispuesto para recibir al Señor» (Lucas 1:17).

Juan lideró el proceso de preparación para la llegada del Ungido de Dios. No fue solo una voz en el desierto o un profeta solitario que nadie seguía. Fue un gran líder que creó y generó los espacios necesarios delante del Señor. Lideró a un grupo de discípulos. Los escribas y fariseos lo respetaban y le tenían miedo y fueron a preguntarle en nombre de quién bautizaba. No ponían en juego su autoridad para bautizar en nombre de Dios, sino en nombre de quién lo hacía. Influenció entre los gobernantes. La multitud (¡no pocos!) se acercaba a él para ser bautizada y arrepentirse de sus pecados.

No fue un hombre más. Fue el líder del proceso más apasionante en la historia de la humanidad: la venida del Mesías. Un proceso similar al que vivimos hoy, a la espera de la llegada del Señor. En este proceso Juan fue exitoso, «un grande». Podemos aprender mucho de él.


¿UN GRANDE EN ESTE MUNDO ACTUAL?

En el mundo de lo laboral existen trabajos que en los próximos 15 años desaparecerán. Serán reemplazados por sistemas robotizados o computarizados que cubrirán lo que hoy realizan individuos.

Esto ya está sucediendo en lo subliminal de las organizaciones. Quienes entrenamos personas podemos ver cómo algunos, por más que le muestre grandes ideas o procesos para su mejor desenvolvimiento en la organización, no terminan de asimilarlo porque hay como una conciencia de que a pesar de llegar al resultado, cuando lo logre, el mismo será irrelevante. Dado que la realidad cambia tan vertiginosamente que por más que se esfuerce en su trabajo, el mismo no será efectivo para cuando lo ponga en acción.

La mayoría de las organizaciones hoy diseñan acciones para mejorar el resultado. Pero cada vez se necesita más y más implementación empresarial para lograr el resultado buscado. Como sucede con los procesos actuales en el estudio de futuras vacunas. Los científicos encuentran que día a día los virus se fortalecen y necesitan de algo superior para ser eliminados.

Por eso, pensamos que en un futuro, el mundo no tendrá tanto que ver con el resultado que logre sino que el resultado sea la consecuencia de quien es usted. No solo el resultado por el resultado mismo sino como el final de un proceso de una manera de ser poderosa.

Ya no es tan importante el resultado en las relacionas humanas sino que antes de alcanzar el resultado sea un grande. En cualquier dominio de las organizaciones lo que determinará la diferencia entre el que tiene un trabajo asegurado, una vida tranquila y que pueda disfrutar de su diario vivir es si usted es o no un grande.

Cuando me refiero a grande, no lo hago desde el concepto de pensar que grande es aquel que tiene mayor cantidad de resultados por desarrollar en su trabajo para alcanzar la perfección sino grande en la manera de ser. A través de una poderosa manera de ser puede lograr el resultado que sea necesario en cualquier área de la vida. Deseo impulsar a que cada uno, en su diario vivir, sea un grande.

¿Cómo incorporar el valor «grande» en medio del mundo que hoy vivimos?
¿Qué significa ser un grande?
Para algunos pensadores ser un grande tiene que ver con el resultado pomposo y exuberante que la persona pueda tener. ¿Hay alguna manera de poder buscar en las Escrituras si hay un valor que determine lo que significa ser un grande?


viernes, 28 de agosto de 2015

Juan, a la verdad, bautizó en agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo después de no muchos días

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Preparemos sermones Expositivos
Los Hechos de los apóstoles

Promesa acerca del Espíritu Santo
1 En el primer relato  escribí, oh Teófilo,  acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, 2 hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido. 3 A éstos también se presentó vivo, después de haber padecido, con muchas pruebas convincentes. Durante cuarenta días se hacía visible a ellos y les hablaba acerca del reino de Dios. 4 Y estando juntos, les mandó que no se fuesen de Jerusalén, sino que esperasen el cumplimiento de la promesa  del Padre, "de la cual me oísteis hablar; 5 porque Juan, a la verdad, bautizó en  agua,  pero vosotros seréis bautizados en  el Espíritu Santo después de no muchos días." 


LOS HECHOS de los APÓSTOLES

Introducción

A. IMPORTANCIA

El Libro de los Hechos tiene un lugar único en el Nuevo Testamento. Constituye el eslabón lógico entre los Evangelios y las Epístolas. Uno tendría mucha dificultad para leer y comprender las Epístolas de Pablo sin el fondo provisto por Los Hechos. Dos o tres ejemplos en 1 Tesalonicenses ilustrarán pronto el asunto. Pablo dice que él y su compañero habían “antes padecido y sido ultrajados en Filipos” (1 Ts. 2:2). Hechos 16:19–24 describe el trato vergonzoso. 

En otra ocasión Pablo escribe: “Por lo cual, no pudiendo soportarlo más, acordamos quedarnos solos en Atenas y enviamos a Timoteo… para confirmaros” (1 Ts. 3:1–2). Al leer Los Hechos descubrimos que Timoteo se unió al grupo en Listra en el segundo viaje misionero de Pablo (Hch. 16:1–3). También leemos en el capítulo 17 cómo Pablo fue forzado a abandonar Tesalónica y Berea por causa de la persecución de los judíos y se fue a Atenas. De allí volvió a enviar a Timoteo a Tesalónica. 

El Libro de los Hechos nos da asimismo el marco histórico para las epístolas paulinas (con excepción de las pastorales). Es la primera historia escrita de la iglesia, aunque sólo cubre un período de 30 años (30–61 ó 62 D.C.).


B. AUTOR

La voz universal de la iglesia primitiva declara que Hechos fue escrito por Lucas. Esto es especialmente significativo porque Lucas sólo se menciona tres veces en el Nuevo Testamento. Era común en la segunda y tercera centurias atribuir evangelios apócrifos, Los Hechos y varias epístolas a diversos apóstoles, pero no a un hombre desconocido. Esto es por sí solo un argumento fuerte en favor de atribuirle la paternidad literaria del Libro de los Hechos a Lucas.

Las tres referencias a Lucas están en las epístolas paulinas. En Filemón 24, Pablo incluye a Lucas en la lista de sus colaboradores. En Colosenses 4:14 habla de él, “como Lucas el médico amado” y en 2 Timoteo 4:11, escribe: “Sólo Lucas está conmigo.” Estas Escrituras demuestran que Lucas era compañero de Pablo, que era médico y que sólo él estaba con Pablo al finalizar sus días, probablemente atendiéndole como médico. La evidencia externa de que Lucas es el autor es adecuada. 

Grant escribe acerca del testimonio de Ireneo sobre Los Hechos en la primera parte de la segunda centuria: “No sólo usó, sino que proveyó la prueba clásica de que fue escrito por Lucas; la detallada información dada en los pasajes en que el sujeto es ‘nosotros’ (Hch. 16:9–1820:5–21:1827:1–28:16) indican que fue escrito por un compañero de Pablo que fue con él a Roma; este compañero tiene que haber sido Lucas, prisionero con Pablo en Roma (Col. 4:14) y más tarde (2 Ti. 4:11).” El Fragmento Muratorio (ca. 200 D.C.) dice:

  Además, los hechos de todos los apóstoles fueron escritos en un libro. Lucas los condensó para el más excelente Teófilo, porque los eventos individuales sucedieron en su presencia—como claramente lo demuestra omitiendo la pasión de Pedro, tanto como la partida de Pablo cuando este último salió de la ciudad [de Roma] para ir a España.

La evidencia interna, aunque no tan definida, es fuerte. Su punto básico nos lo da Ireneo, como ya hemos visto. Los pasajes en que el sujeto es nos (o nosotros) prueban que el autor de Los Hechos era compañero de Pablo. Existe un acuerdo casi universal entre los eruditos del Nuevo Testamento de que estos pasajes muestran tal unidad de estilo y de lenguaje como para indicar que la totalidad del libro fue evidentemente escrito por la misma persona. De los compañeros de Pablo mencionados con mayor preeminencia en sus epístolas, sólo faltan dos que no están citados en Hechos, Tito y Lucas. Cuando hay que elegir entre estos dos hombres, podemos dejar que la iglesia primitiva decida el asunto a favor de Lucas.

Otra evidencia interna necesita ser mencionada. En 1882, Hobart publicó un libro en el cual afirmaba que hay bastante empleo de lenguaje médico en el Evangelio de San Lucas y en Los Hechos para probar que el autor de estos libros tuvo que ser un médico. Harnack, el gran erudito alemán, prestó un fuerte apoyo a esa tesis. Después que él mismo hiciera su vigorosa investigación sobre el tema, escribió: “La evidencia es de fuerza abrumadora; de modo que para mí, no puede existir duda de que el tercer evangelio y el Libro de los Hechos de los Apóstoles fueran escritos por un médico.” 

Zahn declaró: “W. K. Hobart ha probado a satisfacción de cualquiera que esté dispuesto a evaluar la evidencia, que el autor de la obra de Lucas estaba familiarizado con el lenguaje técnico de la medicina griega y de esto se deduce que era un médico griego.” Moffatt sintió que el estudio de Harnack “ha demostrado esto de modo sumamente conclusivo”.6 A. B. Bruce, escribiendo sobre los Sinópticos en The Expositor’s Greek Testament toma la posición de Hobart en su comentario del Evangelio de Lucas.

Oponiéndose directamente a esto, Cadbury aseveró que Hobart estaba equivocado y que no hay evidencias de un lenguaje técnico médico en los libros de Lucas y Hechos. El escribió: “Es dudoso que su interés [el de Lucas] sobre las enfermedades y su curación excediera al de sus compañeros evangelistas u otros contemporáneos que no eran médicos, al mismo tiempo que las palabras que comparte con otros escritores médicos se encuentran también ampliamente en otra literatura griega para hacernos suponer que provienen de un vocabulario profesional.”

Con todo el respeto que a este escritor le merece la erudición de su antiguo profesor en la Universidad de Harvard, él no puede estar de acuerdo con esta categórica declaración. Aunque Hobart fue demasiado lejos en sus conclusiones, hay un residuo innegable de evidencia de que el autor del tercer evangelio y de Los Hechos muestra la perspectiva de un médico. 

El autor concuerda con Major cuando dice: “Sin embargo hay pasajes en los escritos de Lucas de los que no podríamos decir que prueban, sino que sostienen la hipótesis de que el autor era un médico.” En igual vena, Wikenhauser, después de notar que el “argumento lingüístico en sí mismo” no prueba que “sólo un médico pueda haber escrito los dos libros”, sin embargo añade: “A pesar de eso, la tradición no necesita ser abandonada, y todavía puede ser sostenida porque el autor manifiesta familiaridad con la terminología médica.”9

C. LUGAR DE ESCRITURA

Hay una tradición de que Lucas escribió Los Hechos en Acaya (Grecia). Pero parece más exacto asumir que lo hizo en Roma, donde él termina su libro (Hch. 28:16–31).

D. FECHA

En el siglo XIX muchos eruditos pretendieron que Hechos fue escrito a mediados de la segunda centuria. John Knox propuso ese criterio en años recientes. Pero pocos lo han apoyado. Moffatt sostiene que fue alrededor del año 100. Más popular ha sido el criterio de Goodspeed y Scott,14 de que Hechos fue escrito alrededor del año 90 D.C. Ambos creen que Lucas es el autor. Zahn creyó que la mejor fecha era la de 75 D.C.

Por otra parte, Harnack arguyó enérgicamente en favor de una fecha anterior al 70 D.C., “quizá tan temprano como el principio de la séptima década de la primera centuria”, es decir, poco después del 60 D.C. Torrey piensa que el tercer evangelio fue escrito alrededor del año 60 D.C. y Los Hechos, poco después. 

Parece razonable pensar que Lucas escribió su evangelio en los dos años que Pablo estuvo prisionero en Cesarea—o que por lo menos reunió sus materiales en esa época; y el Libro de Los Hechos durante el cautiverio de dos años que Pablo pasó en Roma. Esa es la deducción más natural sacada del hecho de que la historia termina en ese punto. Eso nos haría creer que el libro fue escrito alrededor del año 62 D.C.

E. PROPÓSITO

La escuela de críticos en Tubinga, Alemania, sostuvo en la última parte del siglo XIX que el propósito de Hechos fue reconciliar a los partidos de Pablo y de Pedro existentes en la iglesia que, por decirlo así, estaban a punta de espada mutuamente. Pero esta teoría “tendencista” ya ha sido abandonada a la luz de escudriñamientos de tiempos después. De hecho, Henshaw llega hasta a decir: “La investigación ahora ha refutado completamente esa teoría.”

Generalmente es sostenido por los eruditos actuales que el prefacio al Evangelio de Lucas (1:1–4) se aplica también a Los Hechos. Si es así, el propósito primitivo, como se declara allí, era que Teófilo pudiera “conocer bien la verdad de las cosas en las cuales había sido instruido”. Una lectura del libro mismo parece apoyar claramente la aserción de Clogg de que el objeto de Lucas era demostrar: “(1) El poder que poseyeron los apóstoles mediante el Espíritu Santo… (2) La expansión gradual de la iglesia, parcialmente numérica mediante este poder de los apóstoles, y parcialmente geográfica.”

Kirsopp y Silva Lake sugieren un triple propósito que quizá formara una declaración más adecuada del caso. Ellos declaran que entre los motivos para escribir el libro, estaban:

  a. Un deseo de probar la inspiración y dirección sobrenatural concedida a la iglesia el día de Pentecostés… b. Un deseo de demostrar que los mejores magistrados romanos nunca decidieron contra los cristianos… c. Un deseo puramente histórico de demostrar cómo la iglesia dejó de ser judía y llegó a ser helénica, porque los judíos rechazaron y los griegos aceptaron el mensaje de salvación.

F. TEXTO

Es necesario decir unas palabras acerca del texto de Los Hechos. Tiene algunos rasgos distintivos que no se encuentran en ningún otro libro del Nuevo Testamento.

Los eruditos han distinguido por lo general cuatro tipos de textos en el Nuevo Testamento. El primero es el texto Bizantino encontrado en la mayor parte de los manuscritos tardíos. Este sirvió de base al llamado Textus Receptus empleado en la versión inglesa King James. Es casi consenso univeral que este es el más pobre de los textos griegos.

El mejor de los textos es el que Westcott and Hort llamaron el texto Neutral (no editado). Este nombre, que causa tantas preguntas, ha sido abandonado casi completamente en la actualidad en favor de una designación más apropiada, el texto Alejandrino. En general éste se encuentra en los dos grandes manuscritos de la cuarta centuria, el Vaticano y el Sinaítico. Solamente los manuscritos papiros de partes del Nuevo Testamento son más antiguos que estos dos. Los traductores modernos emplean este texto que se basa en los más antiguos manuscritos.

El tercero de los textos es conocido con el nombre de texto Occidental y se encuentra en el codex de Beza (designado como D), desde la quinta centuria y también en la antigua versión Latina del Norte de Africa.

La cuarta familia más recientemente identificada por los eruditos es denominada texto Cesareano. El gran problema que confrontan los eruditos textuales es el interrogante de cuál, si es que hay alguna, de estas versiones occidentales representa las tradiciones genuinas. Pero parece dudoso que alguna de hecho pertenezca al texto original. Una comparación completa de los textos del Vaticano y el de Beza, con varias notas, puede encontrarse en el tomo III de Beginnings of Christianity (Comienzos del cristianismo).

Bosquejo Didáctico

          I.      Introducción, 1:1–26
      A.      Los Cuarenta Días, 1:1–11
      B.      Los Diez Días, 1:12–26

          II.      Testificando en Jerusalén, 2:1–7:60
      A.      Los Testigos Predicando, 2:1–47
      B.      Los Testigos Realizando un Milagro, 3:1–26
      C.      Los Testigos Perseguidos, 4:1–22
      D.      Los Testigos Orando, 4:23–37
      E.      Los Testigos Perseguidos, 5:1–42
      F.      Los Testigos Progresando, 6:1–7
      G.      Los Testigos Condenados a Muerte, 6:8–7:60

          III.      Testificando en Judea y en Samaría, 8:1–12:25
      A.      Testificando en Samaría, 8:1–25
      B.      Testificando al Eunuco Etíope, 8:26–40
      C.      Un Testigo Convertido, 9:1–31
      D.      Testificando en Judea, 9:32–43
      E.      Testificando a los Gentiles, 10:1–11:30
      F.      Testigos Perseguidos, 12:1–25

          IV.      Testificando al Mundo Gentil, 13:1–28:31
      A.      Chipre, 13:1–12
      B.      Asia Menor, 13:13–14:28
      C.      Concilio de Jerusalén, 15:1–35
      D.      Nuevamente en Asia Menor, 15:36–16:10
      E.      Macedonia, 16:11–17:15
      F.      Grecia, 17:16–18:17
      G.      Asia 18:18–20:38
      H.      Viaje a Jerusalén, 21:1–16
      I.      Jerusalén, 21:17–23:35
      J.      Cesarea, 24:1–26:32
      K.      Viaje a Roma, 27:1–28:16
      L.      Roma, 28:17–31

Sección I Introducción


El primer capítulo de Hechos es una introducción para todo el libro. Los “hechos” realmente comienzan en el capítulo 2 cuando el Espíritu Santo invistió y dio poder a los apóstoles y a otros para obrar efectivamente. El primer capítulo constituye un eslabón entre el Evangelio, finalizando en la ascensión y los comienzos de la historia de la iglesia en Pentecostés.

El contenido consiste en una breve declaración de lo que sucedió entre los 40 días desde la resurrección de Cristo y la ascensión (1–11) y la única descripción que tenemos de lo sucedido durante los 10 días entre ésta y Pentecostés (12–26). De este modo el primer capítulo es de gran significado histórico.

  A.      LOS CUARENTA DÍAS, 1:1–11

Aunque está insinuado que Jesús aparecía de tiempo en tiempo durante los cuarenta días (véase el diagrama B), aquí sólo se mencionan dos de esas apariciones. En la primera (4–5) El les manda aguardar la promesa del Espíritu Santo. En la segunda (6–9) El les da la promesa de poder para santificar.



    1.      El mandato (1:1–5)


Este párrafo propiamente puede ser llamado el prefacio o prólogo del Libro de los Hechos, aunque algunos restringen el prólogo a los dos primeros versos. Quizá esta sea la mejor conclusión: “Hechos comienza con una transición más que con un prefacio.” Generalmente es sostenido por los eruditos novotestamentarios de nuestra época que el prefacio de Lucas 1:1–4 tuvo el propósito de servir de prólogo al Libro de los Hechos.

Lucas se refiere inmediatamente al primer tratado (1). La palabra griega primer es protos, que en el griego clásico era empleada para el primero de tres o más artículos o párrafos. Esto ha hecho que algunos crean que Lucas se había propuesto escribir un tercer libro. Ellos sienten que esto ayuda a explicar por qué Hechos termina en forma tan abrupta. Pero la mayoría de los eruditos modernos concuerdan con Lumby quien escribe: “El uso de protos para el primero de dos cosas no era extraño en las últimas épocas del griego.” Como ejemplos de ello en el Nuevo Testamento tenemos: Mateo 21:28;1 Corintios 14:30Hebreos 8:79:15Apocalipsis 21:1

El empleo de “primero” por “anterior” es común en nuestro idioma actual. El término griego tratado es logos, traducido “palabra” en 218 de las 339 veces que se repite en el Nuevo Testamento. Aquí sólo se ha traducido “tratado”. Pero este empleo está justificado por Jenofonte (siglo IV A.C., quien habla de un “libro” de su Anabasis como un logos. El primer tratado es sin duda alguna el Evangelio de Lucas, que también está dedicado a Teófilo.

El Evangelio de Lucas y el Libro de los Hechos son las obras más extensas del Nuevo Testamento. Juntos constituyen una cuarta parte de su contenido. Es probable que los límites de estos dos libros fueron establecidos por el hecho de que era impráctico hacer un rollo de papiro de más de 12:5 metros de longitud. Lucas y Hechos ocuparían cada uno 11 metros—¡un rollo bastante incómodo!

El nombre Teófilo (“amante de Dios”) se encuentra sólo aquí y en Lucas 1:3 donde se le llama excelentísimo (véase el comentario al respecto). Algo se ha especulado sobre la razón de la omisión del título aquí. Blaiklock menciona tres razones posibles: “Un aumento en la profundidad de la amistad, el abandono de su oficio, o la conversión al cristianismo.” Pero quizá la sugestión más simple sea que Lucas no vio la necesidad de repetir su título.

Lucas dice que en su primer tratado, él escribió acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar. Algunos eruditos modernos han llegado a negar que la palabra comenzó tenga algún significado, sosteniendo que se trata de un mero auxiliar semítico—comenzó a hacer equivale a poco más que “hizo”. Pero F. F. Bruce objeta correctamente a ese punto de vista. El interpreta la cláusula, como lo hacen muchos otros comentadores: “Como el Evangelio nos enseña lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar, así Los Hechos nos dicen lo que El continuó haciendo y enseñando por su Espíritu en los apóstoles, después de su ascensión.”

La doble expresión a hacer y a enseñar atrae la atención a los dos principales aspectos del ministerio de Jesús—sus obras y sus palabras. Ambas tenían la capacitación divina.

Lucas indica que en su primer tratado, el evangelio que lleva su nombre, él había descrito las obras y palabras de Cristo hasta el día en que fue recibido arriba (2). Es un hecho sorprendente que el Evangelio de Lucas, y sólo en éste, el relato termine con una descripción de la ascensión.

Después de haber dado mandamientos. Es un participio en griego, “habiendo mandado”. Sería mejor traducido en singular “habiéndoles dado mandamiento” (ASV). Esto se refiere a la gran comisión (Mt. 28:18–20) que fue el mandamiento final de Cristo a sus discípulos.

Padecido (3) es sólo usado aquí en el Nuevo Testamento para aludir a los sufrimientos y muerte del Señor. Las primitivas versiones inglesas tienen esta palabra en una media docena de lugares, siguiendo en ello a la Septuaginta que reza passio (gr., pathema, “sufrimiento”).

Se presentó (3) es la mejor versión. Literalmente, “El se puso al lado de ellos” en su aparición de post-resurrección, de tal manera que ellos no pudieran dudar que era El (cf. Lc. 24:30–31).

Pruebas indubitables es una sola palabra, “pruebas” (ASV), pero es un término enérgico (tekmerion), que se encuentra solamente aquí en el Nuevo Testamento. Significa “señal segura, prueba positiva”. Thayer la define como “evidencia indudable, una prueba, algo de lo cual se está seguro por completo”.9 Arndt y Gingrich dicen que significa: “Prueba convincente y decisiva”, pudiendo traducirse la frase, “por muchas pruebas indubitables”.

Apareciéndoseles durante cuarenta días quiere decir que Jesús apareció a sus seguidores de cuando en cuando durante ese período (véase el diagrama B) como vemos por los relatos de los evangelios. Este es el único lugar en el Nuevo Testamento donde se ha declarado la extensión de su ministerio después de su resurrección.

El tópico de la conversación de Cristo durante esos 40 días fue el reino de Dios. La frase, que se encuentra frecuentemente en los evangelios, significa el reinado o gobierno de Dios en los corazones de los hombres. Sin duda Jesús les habló de la naturaleza espiritual del reino. Pero la verdad penetró con mucha lentitud. Que todavía los discípulos consideraban el reino como si fuera algo político lo demuestra la pregunta del verso 6: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?

Estando juntos (4) en griego es una sola palabra (synalizomenos). Cadbury y Lake adoptan una versión alternativa encontrada en Eusebio, synaulizomenos, que significa: “pasemos la noche juntos.” Esta es base evidente para la versión “estando con ellos” (RSV). Probablemente sea una mejor traducción lo que se lee en la margen de las versiones inglesas: “comiendo con ellos.” Esto ha sido favorecido por C. S. C. Wilson en su traducción, “participando de la comida con ellos”.

Mandó no es la misma palabra en griego que encontramos en el verso segundo (leer el comentario respectivo). Abbott-Smith indica que la palabra empleada en el verso primero “señala más bien a los contenidos de un mandato”, mientras que la que tenemos ahora es empleada “especialmente para transmitir orden de un comandante militar”. Los discípulos no estaban todavía adecuadamente preparados para la mayor ofensiva contra el enemigo. De modo que su General les dio la orden de esperar (lit., “permanecer allí, cerca”) hasta que fueran llenos del Espíritu Santo para poder realizar su comisión.

El mandato de que no se fueran de Jerusalén sugiere que los discípulos estaban planeando su retorno a Galilea. Los líderes judíos de Jerusalén habían llevado a la muerte a su Maestro y naturalmente era de esperar que persiguieran a sus seguidores. Además, los ángeles en la tumba vacía les habían mandado decir, por medio de las mujeres, que debían encontrarse con su Señor resucitado en Galilea (Mt. 28:7;Mr. 16:7). Jesús se había encontrado allí con ellos (cf. Mt. 28:16–20Jn. 21:1–14). Por lo tanto parecía lógico que los discípulos retornaran a ese lugar.

Pero su Maestro tenía otros planes para ellos. El les ordenó que esperasen en Jerusalén la promesa del Padre; es decir, la promesa dada por el Padre (cf. Is. 44:2–5Ez. 39:28–29Jl. 2:28–29). Esta es una promesa, la cual oísteis de mí (cf. Lc. 24:49Jn. 14:162615:26). Rackham nota que el “súbito cambio del lenguaje indirecto al directo (les dijo no está en griego) es característico del estilo dramático de San Lucas”.

La declaración del verso 5 corre estrechamente paralela a las palabras de Juan el Bautista halladas enMateo 3:11Marcos 1:8; y Lucas 3:16. Exactamente como Jesús repitió el texto principal de la declaración de Juan (cf. Mt. 3:24:17), ahora aquí hace eco a la primitiva declaración del Bautista. El vigoroso énfasis sobre el bautismo del Espíritu Santo, como algo que es mayor y más esencial que el bautismo del agua, anticipa el impulso central del Libro de los Hechos. Cualquier forma de cristianismo que descuide el bautismo del Espíritu Santo es incompleta y prepentecostal. 

De hecho no ha cumplido la predicación de Juan el Bautista. Sin este bautismo no habría Libro de los Hechos y como consecuencia no habría iglesia cristiana en la actualidad. Sin el bautismo del Espíritu Santo en la experiencia personal no hay capacitación adecuada para una vida victoriosa y servicio efectivo.

La última cláusula del 5 dice literalmente: “No muchos días después de estos.” Williams comenta: “El curioso orden de palabras… puede ser una forma aramea (Torrey y Burney) o posiblemente un latinismo (Blass).” Probablemente signifique: “no muchos días después de hoy.”16

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