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sábado, 4 de agosto de 2012

LA IGLESIA DEBE CLARIFICAR SUS OBJETIVOS


 
MANTENGA
ENCENDIDO EL FUEGO
EN EL HOGAR
Jim Graham
Jim Graham procede de Escocia, donde estudió para el master en filosofía e historia. Fue llamado al ministerio y nombrado pastor de la Iglesia Bautista de Dumbarton en el año 1956. En 1960 se trasladó a la Iglesia Bautista Viewfield, y desde 1968 ha sido el pastor de la Iglesia Bautista de Gold Hill en Chalfont St. Peter, Buchinghamshire.
En África y Asia me he encontrado con misioneros que reciben poco apoyo continuado de parte de sus iglesias mientras se encuentran trabajando en el extranjero.
Cuando regresan a casa de permiso se encuentran con incomodidades e incluso vergüenza. Sería relativamente sencillo para mí señalar formas prácticas en las que se puede expresar la comunión y dar un verdadero apoyo a aquellos que son enviados desde las congregaciones locales. Pero eso difícilmente haría justicia a las razones por las que este problema confronta a los misioneros y a las iglesias, particularmente en el Reino Unido. La escena misionera global hace que enfoquemos con nitidez las razones para la existencia misma de la iglesia, y primero debemos fijarnos en éstas.
LA IGLESIA DEBE CLARIFICAR SUS OBJETIVOS
Cada iglesia local necesita plantearse algunas preguntas penetrantes.
¿Cuál es la autoridad por la que existimos –es humana o divina?
¿Cuáles son los planos de nuestro programa y vida juntos –son humanos o divinos?
¿Cuál es la naturaleza de nuestra comunión –se parece algo al concepto bíblico o se trata simplemente de una expresión de relaciones tradicionales?
¿Existe nuestra iglesia primordialmente para los que no son miembros o nos centramos en el edificio y en mantener nuestra vida juntos internamente?
¿Cuánto dinero gastamos en las misiones y la evangelización en nuestro país y en el extranjero (esto nos dará la auténtica pista de lo que creemos realmente sobre estas cosas)?
Expresar una comunión realista y dar apoyo práctico a quienes salen de nosotros para trabajar en el extranjero requerirá un examen radical –y a menudo doloroso– de la vida de nuestra iglesia local. Este es un asunto de la mayor importancia, no sólo para la gente preocupada por las misiones, sino también –y fundamentalmente– para el liderazgo actual de la iglesia.
Necesitamos estar preocupados no sólo de que se predique la Biblia, sino también de que se viva en el poder del Espíritu Santo. El tema de las misiones a menudo será el catalizador que nos permitirá determinar si esto es así o no. Nunca será honroso excusarnos, o peor aún justificarnos, por no estar haciendo lo que Dios nos ha dicho que hiciéramos. Después de todo, no sólo nos ha dado instrucciones claras en su Palabras sobre sus propósitos para nosotros, sino que también ha provisto los recursos para nuestra obediencia mediante su Espíritu.
Así que debemos preguntarnos:
¿Qué esperamos en última instancia de la obra misionera?
¿Cuál ha sido el objetivo de la iglesia durante todos estos años?
¿Es nuestra meta el triunfo del evangelio dentro del devenir de la historia?
¿Es la completa e irreversible cristianización de cada pueblo y cada cultura en todo el mundo?
¿Es un crescendo cada vez más elevado en la doxología hasta que todas las voces del universo hacen sonar tan sólo las alabanzas de Cristo?
¿Es el reconocimiento universal de que Jesús reina “dondequiera que el sol realiza sus sucesivos viajes”? o, de modo alternativo, ¿es una meta que está totalmente más allá de la historia?
¿Tenemos que aceptar que la historia como tal no se puede redimir y que no hay otro objetivo que no sea la consumación venidera, cuando toda la tierra y todas sus obras hayan desaparecido y el tiempo no exista ya más?
Estas preguntas tienen una incidencia fundamental sobre la estrategia global de la iglesia. No pueden ser ignoradas ni descuidadas por hombres y mujeres que pretenden ejercer el liderazgo dentro de la iglesia local.
Históricamente, ha habido dos puntos de vista sobre el objetivo de las misiones –el profético (algo en el presente) y el apocalíptico (algo en el futuro). La Biblia apoya ambos, y así debemos hacerlo también nosotros. Las evidencias y los fenómenos visibles en la iglesia primitiva de Hechos validan el hecho de que la iglesia estaba tomándose en serio sus órdenes de batalla en el aquí y el ahora. En todo lugar el evangelio estaba produciendo resultados irrefutables con los que incluso el mundo no creyente tenía que contar. La ciudadanía celestial del cristiano podía estar oculta a los ojos de los no cristianos, pero su impacto sobre la sociedad, su ética renovada, su dinámica evangelística, su amor, gozo y paz estaban al descubierto y abiertos a los ojos de todos. Puede que el mundo no supiera nada de la existencia escondida y mística de la iglesia como Cuerpo de Cristo, pero el mundo vio y comentó con asombro la destrucción que se había producido entre la congregación de las barreras raciales que hasta ese momento parecían ser inexpugnables. La cultura grecorromana esta notando cada vez más el impacto –social, ético y espiritual– de la nueva fe. Si la gente no podía decir de dónde venía el viento o a dónde iba, al menos podían escuchar su sonido.
Estos mismos hombres y mujeres positivos y cristianos prácticos parecen haber tenido pocas dificultades para casar esa realidad cotidiana en la que estaban implicados personalmente con una esperanza arrolladora y con la convicción de que llegaría el día en que “toda rodilla se doblará, … y toda lengua confesará que Jesucristo es Señor”. Sin duda la Biblia coloca ante nosotros la historia y nos enseña a Cristo conquistando y a conquistar, haciéndose la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo. Pero al mismo tiempo nos manda levantar nuestros ojos y mirar más allá de la historia.
La Gran Comisión de Cristo resuena con la claridad del sonido de la trompeta. “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:18–20).
Aquí, desde luego, encontramos un capítulo y un versículo cuyo mandato supone el fin de toda discusión. Esta es la palabra que a menudo ha estado detrás del romance y el heroísmo de la estrecha línea roja de las misiones a lo largo de los siglos. Cualquiera que objeta, se opone o desatiende las misiones está diciendo implícitamente que sabe más que Cristo y está viviendo en desobediencia e insubordinación. Así que aquellos de nosotros que dirigimos debemos dirigir a otros en la misma pasión arrebatadora.
Mi preocupación, sin embargo, es que no caigamos en la trampa de aislar un solo texto y considerarlo como una razón adecuada para la motivación misionera. Tan fuerte, clara e investida de autoridad como la Gran Comisión es la motivación misionera bíblica que radica en el hecho de que la misión surge incesantemente del corazón de Dios. No mira fijamente desde cualquier página de los evangelios; está implícita en cualquier palabra de las que pronunció Jesús; y está sellada firmemente por su preciosa muerte y gloriosa resurrección. Aquellos que salen de nosotros a instancias de Dios necesitan pasar poco tiempo dando razón –tanto pública como privadamente– para su marcha. Somos los que nos quedamos los que necesitamos dar claras explicaciones de porqué nos estamos quedando.
En uno de los emotivos álbumes del desaparecido Keith Green dice:
“Jesús nos manda ir.
Si nos quedamos es la excepción.
La razón por la que nos estamos moviendo tan lentamente
Es porque rehusamos obedecer.”
© 1984 WORD MUSIC (Reino Unido)
La iglesia nunca tuvo la intención de ser flor de un día, una moda del siglo I, una novedad religiosa que apareció y después se hundió para siempre bajo el horizonte. La iglesia siempre estuvo llamada a ser el medio para continuar la obra que Jesús y los apóstoles comenzaron. La intención y el interés deliberado de Jesús fue crear una sociedad mesiánica en la que esa obra sería llevado a cabo hasta el final de los tiempos. Nunca puede ponerse en duda que la iglesia del Nuevo Testamento tuvo una mentalidad apasionadamente misionera.
Nosotros somos el producto de la misión. Si la iglesia de antaño no hubiera enviado a un Pablo, a un Niniano, a un Kentigerno, a un Columba, a un Agustín, ¿dónde estaríamos? Fueron las misiones extranjeras las que fundaron cada iglesia en nuestra tierra. Dios ama su mundo como el arquitecto ama su edificio, el autor su libro, el artista su pintura. Así que Dios está interesado en redimir su mundo y reconciliarlo consigo mismo. Dios anhelaba una familia, así que creó a la humanidad. Pero nuestra rebelión voluntaria y rechazo de Dios le rompió el corazón y separó a la humanidad de todo lo que Dios quería que ésta disfrutara.
Así pues, cuando llamamos a nuestros misioneros al frente de nuestras iglesias para que se arrodillen y nos dejen imponer nuestras manos sobre ellos para encomendarlos, no los estamos enviando al extranjero, a aquellos que no saben lo que está bien. Más bien, los estamos enviando a personas que sí saben lo que está bien y que han ido en contra de ello. La ley para el judío y el mundo creado y la realidad de la conciencia para el gentil, han comunicado algo de la naturaleza y de los deseos de Dios. El hombre, instintiva y eternamente, es consciente de que no ha vivido a la altura de lo que de él se esperaba –y por tanto necesita perdón, limpieza, esperanza y salvación. Los misioneros no son enviados a iluminar a aquellos a quienes van, sino a salvarlos.
Estas cosas tienen que decirse con claridad y ser unánimemente incorporadas a cada iglesia local. De otro modo, la comunión práctica y el apoyo hacia aquellos que marchan al extranjero parecerán como extras opcionales, de interés tan sólo para un puñado de entusiastas. Teniendo todo esto en mente podemos comenzar a sentar algunos principios muy claros para nuestra política de apoyo misionero, los cuales hemos puesto en práctica en mi propia iglesia.
SIETE MANERAS DE INCREMENTAR EL APOYO MISIONERO
1. Coloque las misiones en el centro de la vida de la iglesia
En primer lugar hay que sacar las misiones de la periferia de la vida de la iglesia y colocarlas en el centro –debido a lo que creemos. Esto significa que las misiones ya no son de interés para el entusiasta, sino la obligación del miembro de iglesia corriente. Nosotros conseguimos esto enseñando sistemáticamente de la Palabra de Dios. También seguimos la política de instruir claramente a aquellos que quieren comprometerse con nosotros haciéndose miembros de la iglesia, en cuanto a que ese compromiso significará tomar en serio las últimas palabras que Jesús pronunció sobre la tierra antes de su ascensión, en el sentido de que pretende que el evangelio sea llevado “hasta lo último de la tierra”.
Es muy fácil tomar algunas partes de la Biblia y conferirles autoridad mientras descuidamos otras partes. Esto conduce a una comunión débil e ineficaz y creará más problemas de los que solucione. Dios no nos da su Palabra para que discutamos, sino que más bien nos la da para que la pongamos en práctica. Si realmente estamos interesados en buscar y conocer el corazón de Dios, Dios se revelará a sí mismo ante nosotros. No obstante, él no nos da su revelación para ver si nos gusta o no, sino para que ese conocimiento se traduzca en obediencia. Establecer este primer principio rápida y firmemente es mucho más significativo que organizar reuniones misioneras, planificar fines de semana misioneros y distribuir cajas misioneras.
2. Apoye el llamamiento con dinero
¡Nunca he sido capaz de decidir si es debido a que soy cristiano o a que soy escocés que continúo dudando en hablar abiertamente, tanto en público como en privado, sobre el dinero! Sin embargo, Jesús no tuvo tales inhibiciones. Él habló sobre el dinero más que sobre cualquier otro asunto –más de lo que habló sobre la oración o sobre el cielo. Jesús conocía la personalidad humana tan bien, y veía con claridad que el corazón de un hombre y su cartera están estrechamente conectados. Era consciente de que nuestra manera de dar con frecuencia es una clara evidencia de nuestra adoración, más que si hemos levantado nuestras manos o hemos sujetado con ellas el himnario con todas nuestras fuerzas. Nos enfrascamos en todo tipo de controversias sobre la alabanza –si deberíamos cantar himnos, cánticos, vísperas o coros; si la música debería dirigirla el órgano, las guitarras, el piano o las trompetas y la batería. Pero la adoración es el meollo de la cuestión –y también lo es el dinero de nuestra ofrenda. Para Dios es de gran importancia cómo lo ganamos y qué hacemos con él.
En nuestra propia situación, con respecto a las misiones, ello significó abrir nuevos caminos y establecer un presupuesto de fe. Esto quería decir que no teníamos los fondos, pero por fe confiamos en Dios para que liberara de entre nosotros y para nosotros los fondos necesarios para el aliento, el mantenimiento y el apoyo de la gente y los proyectos que creíamos que el Señor nos había dada específicamente a nosotros. Esto se hace basándonos en un cálculo diseñado para honrar a Dios y ser honrados con aquellos a quienes apoyamos. Se da mucha atención a la zona en la que están trabajando, ya que el coste de la vida en algunas zonas es mucho más alto que en el Reino Unido y, consecuentemente, sus necesidades económicas serán más elevadas que las que aquellos de nosotros que trabajamos en el Reino Unido.
Nuestro apoyo económico para esas personas es primordial, y nuestro compromiso con ellos en esta y en otras cosas se basa en que su “llamada” ha sido compartida y ratificada por la iglesia local. Esto se hace a través de nuestra junta local de misiones, que actúa en nombre del cuerpo de ancianos. Los candidatos son presentados posteriormente a toda la iglesia recomendados por la junta de misiones. La ratificación de la iglesia conlleva el apoyo económico de la misma y cualquier otro tipo de apoyo mientras ese “llamamiento” se está cumpliendo.
Nuestro apoyo de proyectos específicos no relacionados directamente con los miembros que enviamos individualmente también implica nuestra identificación con la visión de ese proyecto con nuestra propia identidad espiritual. Ha sido necesario limitar el número de proyectos en los que hemos participado para que nuestro compromiso e implicación pudieran ser relevantes y significativos. Esto ha supuesto “filtrar” e inevitablemente rechazar algunas peticiones muy dignas de ayuda porque no tendríamos los recursos que nos permitieses responder con integridad.
3. Envíe a los obreros paquetes con comida espiritual
Nos preocupa que muchos misioneros fracasen porque sus suministros espirituales nos les están llegando desde los cuarteles generales hasta el campo de batalla en que ellos se encuentran. Nos gustaría insistir, casi con precisión clínica, que la comunión se expresa mediante toda una variedad de maneras ordinarias y a veces extraordinarias. Se organiza un grupo de oración en torno a un misionero que crea su propia célula de oración. También se asigna cada misionero a uno de nuestros grupos de comunión en los hogares para que se le apoye en comunión y oración. La enseñanza que se imparte en los grupos hogareños se comparte sistemáticamente con ellos cada semana a través de nuestro ministerio de grabación de cultos. Y el obrero sigue siendo responsable ante el liderazgo.
Seguimos la política de hacer visitas pastorales a nuestros misioneros en el “campo de batalla” al menos una vez durante cada período de servicio, para saber cómo se las arreglan y cuáles son sus necesidades personales. De esta forma, y de otras, nuestros misioneros son conscientes de que pertenecen a alguien y de que no se les olvida. Hemos visto que las necesidades personales y domésticas tienen gran incidencia sobre la vitalidad espiritual de los que salen de nosotros hacia un entorno extraño y una cultura a la que no están acostumbrados. No hace falta que la imaginación trabaje más de la cuenta para identificar cuáles son las necesidades domésticas y personas y para responder a las mismas.
4. Ponga a sus propios obreros en primer lugar
Recalcamos que nuestra primera prioridad es apoyar al máximo de nuestra visión a aquellos que han sido llamados de nuestra iglesia y ratificados por la misma, y esos otros proyectos que he mencionado antes. Lo que pueda sobrar se asigna porcentualmente a otras actividades misioneras específicas. Esto ha hecho que la gente o los grupos obtuvieran nuestro apoyo basándose únicamente en las emociones, o como resultado de la visita de un orador especialmente dotado. Nunca se puede permitir que la obra de Dios depende de cómo podamos sentirnos o reaccionar en un momento dado o ante una determinada persona. Esto ha provocado la desilusión y a veces los malentendidos entre aquellos que se han acercado a nosotros solicitando venir para describir la responsabilidad específica que Dios les ha dado a ellos. En modo alguno estamos cerrados a que se produzcan estos acercamientos, pero responder positivamente a ellos sería la excepción más que la norma.
5. Recuerde que se trata de un mundo pequeño
Hemos “descubierto” que son pocos los misioneros que se encuentran a más de un día de reposo de vuelo de nosotros. Ahora no sólo es posible que podamos acceder a ellos, sino que es igualmente posible para ellos tener acceso a nosotros. Nos resulta posible traer a los misioneros a casa por motivos médicos, ansiedad física o espiritual o para sus “vacaciones” incluso en medio de su período de servicio. Las sociedades misioneras han cooperado mucho.
La única “dificultad” en este procedimiento es el coste. En realidad el tema no es realmente cuánto costará esto, sino más bien cuánto amamos a Tom, a Jean, a John o a Mary. Desde luego en este asunto hay que mantener una fina sensibilidad, además de una estrecha cooperación y comprensión, con la sociedad misionera.
6. Establezca una estructura responsable de liderazgo misionero
Vimos que era claramente necesario establecer una estructura de liderazgo para las misiones que nos permitiera ser responsables a la hora de llevar a cabo estos principios. A este grupo de hombres y mujeres le llamamos nuestra junta de misiones, sin que haya ningún motivo en particular para ello. Para ser dirigente de la misma hay que ser anciano de la congregación, y a sus oficiales se les requiere que cooperen estrechamente con nuestro diaconado, que se encarga de los asuntos prácticos y económicos de nuestra iglesia. Por una serie de razones otros fueron invitados a servir en la junta bajo este liderazgo. Sus dones y aptitudes varían, pero cada uno de ellos comparte una fuerte convicción sobre la perspectiva bíblica de las misiones.
La tarea de la junta de misiones consiste en fomentar el interés misionero y el apoyo activo dentro de la iglesia. Tiene la función coordinadora de agrupar todas las diversas actividades que rodean nuestra política misionera. Una de las tareas principales que cumple es entrevistar, “filtrar” y después autentificar el llamamiento misionero de los individuos. Orienta y ofrece apoyo para cualquier preparación que sea necesaria, tanto dentro de la congregación local como por medio de la asistencia a seminarios y otras instituciones para una aptitud o ministerio concretos.
El ánimo que dan semana tras semana las células de oración, la participación en los grupos de comunión en los hogares, el envío de las cintas casetes, las cartas y los libros están dentro de su ámbito de actuación.
Se requiere tomar nota de los modelos cambiantes del trabajo misionero en distintos lugares del mundo y supervisar el compromiso económico que ha tomado la iglesia hacia los individuos que se envían. La junta de misiones actúa como un cuerpo consultivo de los ancianos en todos los asuntos misioneros y cada año formula nuestra política misionera.
7. Revise el proceso anualmente
Es necesario apartar cada año un tiempo dentro de la iglesia para revisar los logros y los fracasos del año anterior y para acordar como iglesia las propuestas que la junta de misiones, de acuerdo con el cuerpo de ancianos, promueve para el año siguiente.
TODOS SE BENEFICIAN
En todo esto no habría ninguna presión para buscar el cambio por el cambio, pero sí se requeriría la flexibilidad. La novedad en sí misma es un objetivo estéril, pero la flexibilidad le da a Dios la oportunidad de retar y, si es necesario, de cambiar lo que ya no está funcionando adecuadamente.
He estado escribiendo desde el punto de vista de alguien que en este momento ha recibido un claro llamamiento de Dios para “quedarse” en casa. Sin embargo, me he dado cuenta de que aquellos que “van” y están preparados para dedicar un tiempo para comunicarse con la iglesia local de una manera sistemática, imaginativa y honesta recogen los mayores beneficios de la colaboración en la que estamos dispuestos a embarcarnos. Esto hace que la vuelta a casa sea una experiencia mucho más significativa. Nos sentimos en la necesidad no sólo de dar la bienvenida públicamente a los misioneros que regresan, sino también de rendirles informe privadamente, tanto individualmente como a través de la junta de misiones.
Resulta de enorme importancia –especialmente para aquellos que se han unido a nosotros durante los últimos tres o cuatro años– que al misionero que vuelve a casa se le conozca no sólo por el nombre y la fotografía, sino también por su implicación en la obra que ha estado llevando a cabo. El contacto y la comunicación son importantes por ambas partes.
Supongo que lo que sugiero es que hay un reconocimiento subyacente de que Dios coloca su mano sobre ciertas personas para la labor que ha puesto en su corazón, y que para los que estamos aquí es considerado como el extranjero.
Pero Dios también pone su mano sobre todos nosotros para compartir un compromiso de comunión real, práctica y siempre sobrenatural. Así se realiza la obra de Dios y el corazón de Dios es bendecido.

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