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sábado, 4 de agosto de 2012

Si quieres ser Misionero: ¡Preparate!



CÓMO ENFRENTARSE
AL “CHOQUE CULTURAL”
David Burnett
En su primera semana en una nueva escuela o universidad, o en un nuevo trabajo, la gente estaba ocupada yendo y viniendo de un lugar a otro, haciendo diferentes cosas, mientras usted no estaba seguro de lo que debería estar haciendo o de cómo hacerlo. La gente se conocía y hablaban entre ellos utilizando términos y abreviaturas que a usted le resultaban extrañas. Poco a poco fue descubriendo quién era cada cual y qué se esperaba de usted, y finalmente llegó a sentirse cómodo en la nueva situación.
¿Recuerda la tensión emocional de aquellos primeros días hasta que se acostumbró al nuevo entorno? La clase de estrés que sintió en ese momento siempre acompaña a cualquier cambio de un ambiente familiar a otro completamente nuevo. Cuando usted se traslada de una cultura a otra completamente diferente experimentará el mismo tipo de estrés, pero será diez, o incluso cien, veces mayor.
Este estrés emocional asociado al hecho de trasladarse a un nuevo entorno cultural es conocido popularmente como “choque cultural”. La expresión tiene su origen en la experiencia de muchos soldados en el campo de batalla – el “shell shock” o neurosis de guerra. La mayoría de la gente experimenta estrés cuando tiene que adaptarse a otra cultura, pero no deje que ese hecho le disuada de adaptarse a ella. La experiencia de vivir y trabajar con otro grupo de personas será una aventura excitante que le reportará bendición tanto a usted como a ellos.
LAS CAUSAS DEL ESTRÉS CULTURAL
Generalmente consideramos nuestro modo de vida como la manera normal y razonable de comportarse. Cualquier desviación de este modelo es considerada como anormal y por tanto desconocida e incluso amenazadora. Podemos determinar cuáles son nuestras propias “normas” culturales haciéndonos preguntas como:
     ¿Cómo me visto para una determinada situación?
     ¿Cómo me comporto en esa situación?
     ¿Qué creo?
Cuando vivimos en una situación que se encuentra dentro de nuestra “norma” nos sentiremos “en paz” con ella. La “norma” se puede comparar a una carretera a lo largo de la cual una persona, al andar por ella, se siente cómodo. A cada lado de la carretera hay un arcén pavimentado por el que ocasionalmente puede desviarse, pero más allá se encuentra el campo agreste de las experiencias totalmente nuevas (ver figura 1).
Cuando entramos en una nueva cultura enseguida nos encontramos fuera de nuestra “norma”. Esta es la causa básica del estrés. Se nos exige que evaluemos nuestro estilo de vestir o nuestra manera de comportarnos en relación con la situación local. Una persona puede verse forzada a llegar hasta un punto que puede considerar como “fuera de la norma” o “por debajo de la norma”
Ver Figura 1, en página siguiente.
La experiencia de estar “fuera de la norma” conduce inicialmente a un cierto entusiasmo, pero también a un temor de quedar en ridículo. Por ejemplo, si procedemos de una “cultura del supermercado”, no levantaremos automáticamente la mano para abrir la puerta de la tienda. Estamos acostumbrados a que algún dispositivo electrónico se encargue de abrir la puerta de forma automática. Sin embargo, la gente que no esté acostumbrada a esto levantará instintivamente la mano y lo único que se encontrará es que está empujando el aire. Esto le hará sentir acomplejada delante de los demás.
Figura 1. Causas del estrés cultural
Bochorno
Fuera de la norma
Vergüenza
Zona de experimentación
La Norma
(((((
Zona de experimentación
Irritación
Por debajo de la norma
Amargura
Del mismo modo, un hombre que siempre ha llevado una camisa blanca para asistir a la iglesia los domingos se siente muy acomplejado cuando se pone por primera vez una camisa de color para ir al culto. Hasta cierto punto todas las personas están dispuestas a experimentar cosas nuevas, siempre y cuando no sea algo excesivo. Si el experimento tiene éxito puede que la persona llegue a adoptarlo como parte de su norma.
No obstante, si el experimento no resulta exitoso, o si la persona va más allá de esta zona de experimentación, pueden ocurrir dos cosas: vergüenza, que es sentirse incómodo delante de otras personas, o culpa, que es un remordimiento interior. El pequeño bochorno que produce llevar una camisa de color cuando uno ha estado acostumbrado a llevar una camisa blanca es algo de menor importancia, pero para la persona involucrada es muy importante y causa un considerable estrés.
Tomemos este ejemplo de un misionero recién llegado a Japón. “Recuerdo que después de haber estado en Japón solamente un par de semanas, decidí acostumbrarme lo más pronto posible a conducir por Tokio. Me fui solo con mi vieja furgoneta. Conduje durante unos diez minutos y me encontré que estaba entrando en una bulliciosa área comercial. No había aceras y la vía era estrecha, así que prestaba toda mi atención para no darle un golpe a alguien. De repente un policía municipal bajó de su pequeña plataforma situada en medio del cruce y comenzó a hacer sonar su silbado y a mover sus brazos frenéticamente. Yo pensaba que alguien había robado un banco o algo así, de modo que me fui acercando al bordillo cuidadosamente hasta que el policía corrió hasta ponerse delante de la furgoneta y me dio el alto.
Bajé la ventanilla y su cara me miraba mientras de su boca salía un chorro de sonidos ininteligibles. Se juntó un pequeño grupo de personas y el policía, para vergüenza suya, se dio cuenta de que le estaba gritando a un extranjero. Yo no podía hacer otra cosa que quedarme allí, mudo, sentado en el coche, mientras se congregaba la multitud. El policía comenzó a gritar: ‘¡Parar, parar! ¡Atrás, atrás!’, mientras me indicaba la dirección. Entonces me di cuenta. Hice marcha atrás sintiéndome un estúpido. Probablemente era la comidilla de toda la ciudad. Había estado conduciendo alegremente contra dirección por una calle de sentido único. No había reconocido la señal. Me fui derecho a mi casa y allí me desplomé, agotado emocionalmente, en la seguridad de mi pequeña habitación.
Podemos identificarnos fácilmente con sus sentimientos. Se podrían ofrecer otras muchas ilustraciones para mostrar los problemas que uno tiene que afrontar a la hora de intentar enfrentarse incluso a la más sencilla de las tareas en una cultura extranjera.
El estrés emocional también se puede dar cuando somos incapaces de vivir a la altura de nuestras expectativas normales. Este estar “por debajo de la norma” sucede cuando se nos priva de aquellas cosas que nosotros consideramos como algo normal para nuestra manera de vivir. Esto puede llevar a cualquier cosa, desde una leve irritación hasta una amargura profundamente arraigada.
Por ejemplo, un grupo de turistas norteamericanos acomodados que estaban de vacaciones en Escocia se enfadaron cuando el hotel que habían reservado sólo pudo ofrecerles un cuarto de baño compartido. Todos ellos estaban acostumbrados a disponer de habitaciones privadas con su propio cuarto de baño. Los misioneros pueden tener que enfrentarse a problemas similares cuando tienen que arreglárselas con unas letrinas exteriores consistentes en un hoyo hecho en la tierra cuando antes lo único que habían conocido eran los inodoros con depósito de agua.
A menudo parece que son las pequeñas cosas las que causan los mayores agravios durante un largo espacio de tiempo. Los occidentales frecuentemente echan en falta el detalle de un cuarto de baño limpio y alicatado hasta el techo con agua corriente fría y caliente. Una losa de cemento sobre la que ponerse y un cubo de agua fría pueden ser igualmente efectivos para mantenerse limpio, pero no es a lo que uno está acostumbrado. Los occidentales también encuentran difícil la falta de privacidad en el Tercer Mundo, y quizás más aún en el caso de las parejas jóvenes. Estas cosas producirán algo de irritación, pero si la persona ha respondida a un llamado para el servicio cristiano, entonces necesita estar dispuesto a hacer los sacrificios que sean precisos. Jesús habló del coste de ser su discípulo en varias ocasiones (p.ej. Lucas 14:25–35).
Intentar vivir y hacerle frente a las cosas en el contexto de otra cultura siempre da como resultado que nos veamos obligados a salirnos de nuestra norma. Este proceso continuo trae como consecuencia un aumento del estrés. Una encuesta de 1984 realizada entre misioneros reveló que el 50% había encontrado estresante tener que adaptarse a otra cultura, y un 25% hablaba de que era muy estresante.
LAS ETAPAS DEL ESTRÉS CULTURAL
El “choque cultural”, la alteración emocional que se produce como resultado de los ajustes ante una nueva cultura, provocan dos tipos principales de problemas.
En primer lugar, uno no conoce las respuestas ni siquiera de las preguntas más básicas. ¿Dónde puedo enviar una carta? ¿Puedo beber de esta agua? ¿Los hombres estrechan la mano de las mujeres? ¿Qué significa ese gesto? ¿Qué me está diciendo esa mujer? Todas estas son preguntas que incluso un niño de esa sociedad puede responder, y sin embargo uno se encuentra completamente perdido. A ningún adulto le gusta verse rebajado al nivel de un niño, y eso es precisamente lo que pasa cuando uno se traslada a una nueva sociedad, especialmente una cuyo idioma se desconoce.
Este problema puede aparecer incluso en un país que externamente parece occidental. De hecho, la naturaleza occidental que presenta la sociedad por fuera puede aumentar el estrés porque las diferencias nos pillan desprevenidos. Como dijo un misionero norteamericano que trabajaba en Japón: “El mayor problema de los occidentales en Japón es simplemente vivir aquí. Tienes que empezar desde cero, como un niño, y aprenderlo todo otra vez.”
En segundo lugar, uno pierde los “pies culturales”. El término procede del mundo de la escena. En cualquier obra los actores necesitan no sólo aprenderse sus papeles, sino los pies que indican cuándo deben decir su frase. Tienen que aprender cuándo deben entrar y los movimientos que deben realizar. Un fallo cuando a uno le dan el pie provoca confusión no sólo para el propio actor, sino para todos los que participan en la producción. De la misma manera, en una cultura extraña uno puede no entender el significado de diversas acciones o dichos de la gente.
Una persona viene a saludarle y usted extiende su mano para estrechar la suya, pero se encuentra con que le hace una reverencia. Entonces usted se da cuenta de que ha malinterpretado el pie. Ocurre con frecuencia que son las pequeñas cuestiones las que causan los problemas, porque tienden a acumularse y a incrementar el “estrés cultural”.
Oberg (Practical Anthropology –Antropología Práctica, 1960, pp. 177–182) escribió sobre cuatro etapas en la adaptación de una persona a este estrés. Su modelo fue el resultado de un estudio realizado con muchas personas que fueron a trabajar a países extranjeros, y ha demostrado ser útil para comprender las emociones que experimentan (ver figura 2).
Figura 2. Etapas del estrés cultural
A la primera etapa la denominó “fascinación” debido a la sensación inicial de novedad en una situación nueva. Las comidas raras, los ruidos, los olores y las vistas ilusionan a quien trabaja por primera vez en cualquier país. Durante esta etapa la persona es principalmente un observador y ve las cosas casi con un distanciamiento casi académico. Esta es la etapa del turista, en la que la persona tiene poco contacto real con la gente, con excepción del que mantiene a través del guía, que actúa como un parachoques cultural.
La segunda etapa comienza a medida que la novedad se va acabando y empiezan los conflictos cuando la persona intenta hacerle enfrentarse con el nuevo entorno. Sentirse incapaz de predecir lo que va a suceder hace que aumente el estrés, a menudo hasta llegar a un punto en el que se siente hostilidad hacia la nueva cultura y su gente. De modo que Oberg llamó a esta etapa la etapa de la “hostilidad”. Esto puede hacer que la persona llegue a un punto crítico.
“Humor” fue el término que utilizó Oberg para referirse a la tercera etapa. Llega un momento en que la persona empieza a lograr alguno de sus objetivos, y eso da como resultado una creciente sensación de satisfacción y bienestar. La persona habla el idioma de forma más fluida y en lugar de criticar la situación se ríe de sus propios errores junto con la gente del lugar.
La cuarta etapa se denomina “ajuste”. Aquí la persona comienza a desenvolverse razonablemente bien dentro de la nueva cultura, aunque todavía experimenta ocasionalmente momentos de estrés. En general, no obstante, la persona se encuentra bastante relajada dentro de esa cultura y es capaz de enfrentarse casi con cualquier asunto.
En un momento u otro todos nos enfrentamos a situaciones de estrés. Sin embargo, si el nivel de estrés se eleva mucho, como puede suceder durante la segunda etapa, podemos intentar hacerle frente mediante varios mecanismos de defensa. Esto es algo natural, pero en una situación de estrés cultural puede causar problemas adicionales.
El primer síntoma que la mayor parte de las personas manifiesta cuando se enfrenta a un excesivo estrés es la irritación. Esto sucede con frecuencia cuando se aprende el idioma, motivo por el cual algunos autores lo han denominado “choque lingüístico”.
“Dado que la lengua es el mecanismo de comunicación más importante en una sociedad humana, es el área en la que radica el mayor número de relaciones interpersonales. Cuando el recién llegado viene a un mundo completamente nuevo y en el que no conoce el idioma en absoluto, se le priva de su medio principal de interactuar con otras personas, está sujeto a constantes errores y se le vuelve a colocar a la altura de un niño.” (W. Smalley, Readings in Missionary Anthropology – Lecturas sobre Antropología Misionera, William Carey Library, EE.UU., 1974).
Podemos descargar la tensión resultante volviéndonos agresivos hacia otras personas o incluso cosas. Todos sabemos del marido que ha tenido un mal día en la oficina y que la toma con su mujer cuando llega a casa.
Otra de las maneras en las que algunas personas se enfrentan a la tensión es apartándose de la situación que provoca el estrés. Intentan aislarse de las experiencias que no pueden soportar. Esto da lugar al complejo del “recinto misionero”, que hace que el misionero esté en casa tanto como le sea posible.
Es muy normal que todos nosotros echemos de menos nuestra casa en alguna ocasión. El estrés cultural puede acrecentar este sentimiento natural y provocar una actitud poco saludable. Puede causar un orgullo malsano del país del que uno procede y los lugareños pueden interpretarlo como una crítica de su país. La gente del lugar le tendrá más aprecio si descubre que usted ama tanto a su propio país como al de ellos.
“La fatiga es el signo característico de la frustración nerviosa”, dice Paul Tournier. La fatiga rara vez está causada por el ejercicio físico prolongado, y es más bien el producto de la tensión nerviosa. Incluso hacer más bien pocas cosas puede hacer que uno se sienta emocionalmente agotado.
CÓMO ENCARARSE CON EL ESTRÉS
El estrés cultural no es una condición espiritual, pero sus efectos se pueden intensificar por culpa de la falta de vida espiritual. Puede hacer que uno acuda más al Señor o a uno mismo.
Puede hacer seis cosas que le ayudarán a tratar el estrés cultural.
1. Conozca a la gente
A menudo por temor a cometer errores o a ofender a la gente del lugar podemos retraernos. Intente entablar amistad con la gente. Sea abierto con ellos y busque en todo momento ganarse su confianza. Responda a la cultura extraña buscando nuevas cosas. Sea un estudiante de esa cultura. Así como no saber el idioma es un factor principal de estrés, es lógico pensar que cuanto mayores sean los progresos que haga en el estudio del idioma, menor será el estrés que tendrá que soportar en su vida diaria.
2. Propóngase metas realistas
Los cristianos tienen como propósito comprometerse totalmente en su servicio a Dios. Eso es bueno, pero pronto nos damos cuenta de que quizás no estemos viviendo a la altura de lo que nos hemos propuesto. Necesitamos más energía y tiempo para realizar incluso las tareas más sencillas. La mayor parte de nuestro tiempo lo utilizamos simplemente para sobrevivir en medio de la nueva situación en la que nos encontramos.
El psiquiatra Myron Loss ha reflejado gráficamente la tensión entre nuestras expectativas y nuestra actuación real. En nuestra propia cultura nuestras expectativas siempre exceden ligeramente los resultados. En otras culturas, esta brecha crece de modo significativo y no somos capaces de darle un enfoque adecuado a nuestras expectativas. La única manera de tratar con la discrepancia entre ambas consiste en reducir nuestras metas a unos niveles más realistas. Aprenda a ser paciente, y también el arte de perdonarse a sí mismo cuando no consigue lograr lo que se había propuesto.
3. Sepa identificar las señales de estrés
Lo más fácil es tratar el estrés en las primeras etapas. De otro modo puede convertirse en una especie de bola de nieve empujada por un niño pendiente abajo. Al principio hay que empujar con fuerza la bola a través de la nieve, incluso cuesta abajo, pero a medida que se va haciendo mayor también se hace más fácil empujarla, y antes de que el niño se dé cuenta lo que ocurre es que la bola de nieve está rodando totalmente fuera de control.
Vigile esas pequeñas irritaciones. Esté atento a cualquier cambio en sus patrones de conducta – si duerme más o menos, si come más o menos, si ríe más o menos, si habla más o menos. Todos estos factores pueden ser barómetros importantes de su bienestar general. Sea honesto consigo mismo y con los demás.
4. Desarrolle una actitud positiva
Reconozca que Dios es soberano. Somos llamados a alabar a Dios en todo momento. El humor es una gran medicina. Necesitamos reírnos con la gente de nuestros errores. Aprendemos mejor de las nuevas culturas cuando probamos y nos equivocamos, nos reímos y lo intentamos de nuevo. Aprenda de sus errores. Ría con la gente y no de la gente, y no se deprima por los fracasos del pasado.
5. Comunión
Las personas estresadas pueden afectar a otros con suma facilidad. Cuídese de quejarse sin necesidad. Sin embargo, frecuentemente es bueno compartir sus sentimientos con otros. Aunque hablar no elimina el dolor, se puede ganar mucho cuando se explica el motivo del dolor y cuando se nos asegura que el tiempo lo curará.
6. Esparcimiento
Hay ocasiones en las situaciones transculturales en las que, hagamos lo que hagamos, nuestros niveles de estrés suben. Nuestros esfuerzos por reducirlos no hacen más que causar mayor tensión. ¡En esos momentos es necesario tomarse un respiro! Acuérdese de Elías, a quien Dios ministró con alimentos y un sueño reparador en medio de las tensiones que siguieron al enfrentamiento que tuvo lugar en el monte Carmelo.
ESTRÉS… PUEDE SER COMO UNA BOLA DE NIEVE
EMPUJADA POR UN NIÑO A TRAVÉS DE SUELO NEVADO
Siempre es bueno tener un hobby. Busque algo que sea diferente de su trabajo habitual y que le interese. Conozco misioneros que se relajan estudiando los pájaros de África. A otros les ha gustado escuchar música, coleccionar sellos o hacer rompecabezas. Los padres no deben olvidarse de pasar tiempo con sus hijos y compartir juntos los mismos intereses.
Vivir y trabajar en otra cultura puede ser estresante, pero también será una de las experiencias de mayor bendición en su vida. Usted hará nuevos amigos, aprenderá formas nuevas de hacer las cosas y disfrutará de nuevas experiencias. El alfarero necesita moldear la arcilla para formar con ella una hermosa vasija. A menudo ese moldeado puede resultar estresante, pero el producto final hace que el proceso merezca la pena.
EL PODER
DE LA IMPOTENCIA
Cathy Humpries
Cathy Humphries estudió secretariado y trabajó como secretaria en el Foreign and Commonwealth Office desde 1972 hasta 1977. Durante ese tiempo viajó mucho por Europa, Estados Unidos y Oriente Medio, incluyendo una estancia de dieciocho meses en la embajada británica en Kuwait. De 1977 a 1983 sirvió en el extranjero con Tear Fund. Primero trabajó como administradora de un centro de salud en La Pointe, al norte de Haití, y luego como profesora de secretariado en una escuela de formación cercana. A su regreso a Gran Bretaña se preparó como diaconisa y desde entonces ha sido ordenada diaconisa en la Iglesia Anglicana.
En esas primeras semanas hay una gran abundancia de nuevos encuentros. Pensé que ni la vasta lectura, ni hablar con la gente, ni ver diapositivas o fotos me hubiera podido preparar para el “bautismo” que iba a tener lugar tras bajar del distanciamiento que supuso el vuelo en avión: el insoportable bochorno que te cubre con su calor húmedo, los gases del tubo de escape de los coches, las aguas residuales corriendo a cielo abierto, el calor corporal; explosiones de color en los vestidos, flores, vehículos pintados, el gentío por todas partes, el ruido de la ciudad, grillos y ranas de noche, tambores de vudú, las endechas. Al igual que una mente expuesta al machaqueo continuo del rock duro, el cuerpo no puede tolerar el distanciamiento y el ritmo se convierte en algo propio.
La reflexión sobre todo lo que uno ha visto, oído, olido y sentido llega un poco más tarde. A menudo resulta doloroso y costoso pararse a pensar, pero también produce su fruto. Recuerdo que al poco de llegar a Haití me di una vuelta por los barrios de chabolas de Puerto Príncipe, cerca de donde vivía. Nunca me había encontrado cara a cara con unas condiciones de vida como aquellas – una amalgama de “casas” improvisadas, alcantarillas a cielo abierto y hombres, mujeres y niños que de alguna manera se las apañaban para vivir allí. Me sentí culpable, airada y frustrada. Había pasado de la lectura, la preparación, un curso de orientación, miles de vacunas y un emocionante y expectante culto de despedida en mi iglesia local, en el que se puso el acento en “enviar para servir al Tercer Mundo”, a mirar al “Tercer Mundo” a la cara sintiéndome absolutamente impotente.
No obstante, cuando echo la vista atrás siento que la impotencia y la vulnerabilidad son ingredientes clave, habiendo sido enviados, como es el caso, en el poder y en el nombre del Señor Jesús. Como ha escrito Thomas Merton, cuando “estamos solos, de pie delante de Dios con nuestra inexplicable inanidad, sin teorías, (entonces) dependemos completamente de su cuidado providencial y necesitamos desesperadamente el don de su gracia, su misericordia y la luz de la fe” (Contemplative Prayer –Oración Contemplativa). Quería irme de aquel lugar de impotencia a toda prisa. Los primeros días resultan difíciles: no podemos defendernos con las palabras ni con determinadas actividades. La comunicación en la lengua local es defectuosa o inexistente, e incluso es posible que tengamos que consultar con otra persona cómo (y qué) comprar en el mercado y cómo cocinarlo. Todo el mundo parece ir de acá para allá y sin embargo tú todavía no puedes hacer nada.
En ocasiones como estas la falta de sentido y la soledad pueden hacer rápidos avances en nuestra vida. A pesar de todo, en estos momentos de crisis Dios puede obrar con gran poder. Pensándolo bien, creo que mi propia manera de pensar estaba (y hasta cierto punto todavía lo está) demasiado centrada en la actividad y en hacer progresos –y se apartaba de los sentimientos de fracaso, debilidad y vulnerabilidad. Y sin embargo la verdad cristiana clave de la cruz tiene sus orígenes en lo que yo considero como algo negativo. Allí, vemos en el corazón de Dios un “amor ilimitado, precario y vulnerable” (W. H. Vanstone). Allí vemos la vulnerabilidad de Jesús, su absoluta dependencia y obediencia al Padre y el amor de la impotencia. Es la calidad de este amor que no amenaza ni fuerza, pero que allá donde se encuentra uno con él le arranca una respuesta libre.
Así que pronto, o al menos así lo parece, comenzamos a sentirnos “capaces” en el desempeño de nuestra misión y nos vemos arrastrados inevitablemente hacia la melé de actividad. La mayor parte de esa actividad es buena, pero puede apartarnos de la dependencia de Dios y de aquellos que nos rodean, y con los que hemos llegado a compartir el amor de Jesús. Fue a través de la gente de Haití que me di cuenta de que mi vida estaba más orientada hacia las actividades que hacia las personas. A ellos parecía importarles más quién era yo que lo que hacía. Al pensar sobre esto me pareció que servir y ayudar en el desarrollo del mundo se reducía a una relación de bis a bis. Esto no significa despreciar los proyectos, sino poner el acento sobre la gente.
Una vez más Thomas Merton lo ha descrito muy bien: “No dependa de la esperanza en los resultados… quizás tenga que afrontar el hecho de que su trabajo aparentemente no tendrá valor, o que incluso no ha logrado resultado alguno. En la medida en que se hace a esta idea, empezará a concentrarse más y más no en los resultados, sino en el valor, en la corrección del trabajo en sí… de una forma gradual luchará cada vez menos por una idea y cada vez más por unas personas concretas. Al final, lo que lo salva todo es la realidad de las relaciones personales. La verdadera esperanza no está en algo que creemos que podemos hacer, sino en Dios, que está haciendo algo bueno de ello de alguna manera que nosotros no somos capaces de ver.”
Aprender a ver lo que Dios está haciendo es algo fundamental para nuestra vida cristiana en cualquier lugar. Lo que a menudo olvidamos en medio de tanta necesidad es que Dios está actuando. Nuestro gozo consiste en que se nos llama a unirnos a él. El precio es alto, pero sirve para comprar algo espléndido.
7
CÓMO COMPRENDER
A LA IGLESIA NACIONAL
Ken Okeke
Ken Okeke nació en un pueblo del este de Nigeria, donde sus padres eran misioneros locales de CMS. Desde que se licenció en la universidad la mayor parte de su trabajo se ha desarrollado entre estudiantes y jóvenes. Después de su ordenación en 1976 ocupó el puesto de director del Anglican College of Commerce en Offa, Nigeria, y en 1980 fue elegido para organizar una capellanía para nigerianos en el Reino Unido. En 1987 regresó a Nigeria.
Ken sigue manteniendo un gran interés en la iglesia local y en la consejería. Está casado y tiene cuatro hijos.
Cuando Pablo partió de Antioquía en sus viajes misioneros tenía un objetivo principal: difundir la buena noticia de Cristo, hacer tantos convertidos como fuera posible y establecer una iglesia local.
En ningún momento intentó convertir esa iglesia local en una parte homogénea de aquella congregación desde la que había comenzado –ni tampoco de la iglesia de Jerusalén, donde se reunían y tenían comunión los primeros convertidos y los apóstoles. Simplemente condujo a la gente desde su anterior manera de vivir a Cristo. La oración, la adoración y cualquier otra cosa que tuviera que ver con sus reuniones estaba basada únicamente en su contexto cultural particular.
Cuando en cierta ocasión los creyentes de Jerusalén trataron de confundir a la iglesia de Antioquía con la idea de que los verdaderos cristianos debían observar las costumbres judías, se llegó a un acuerdo sobre el asunto en el concilio de Jerusalén (Hechos 15). A la “iglesia” y al Espíritu Santo les pareció bien que no debían imponerle a la gente una carga innecesaria. Los cristianos de Antioquía eran libres de expresar su fe dentro de su contexto cultural, siempre y cuando no fueran idólatras o inmorales.
Ese principio debería seguirse en todas las épocas a la gente una carga innecesaria. Los cristianos de Antioquía eran libres de expresar su fe dentro de su contexto cultural, siempre y cuando no fueran idólatras o inmorales.
Ese principio debería seguirse en todas las épocas, y constituye el fundamento para comprender cualquier iglesia nacional. Por “iglesia nacional” me refiero a la iglesia que existe dentro de las fronteras de un país, no necesariamente a una iglesia perteneciente a esa nación, en la línea de la Iglesia de Inglaterra o la Iglesia de Irlanda. Muchos países del Tercer Mundo eran “zonas misioneras” y por tanto recibieron misioneros con llamamientos diferentes y, a veces, divergentes. El resultado fue que se plantaron varias iglesias distintas, cada una de las cuales pretendía tener la supremacía en materia de fe y práctica dentro del mismo país. Ninguna iglesia (a excepción tal vez de la India en tiempos recientes) puede pretender ser “la iglesia” de ese país. La iglesia es el cuerpo de creyentes que en todo el mundo aceptan a Jesús como Señor y Salvador y que adoran a Dios a través de él como único mediador y abogado. Cualquier congregación local, esté situada en una ciudad o en una aldea, en Occidente o en el Tercer Mundo, se convierte en la expresión local de esa iglesia universal.
CÓMO COMENZARON LAS IGLESIAS
Procedo de África Occidental y resultará útil describir la situación pasada y presente de la iglesia en aquel lugar. Probablemente sea típica de muchas áreas del mundo a las que llegó el evangelio desde Occidente.
Antes de la llegada del cristianismo a África Occidental, habían existido ya algunas formas de religión. Se puede decir con toda justicia que los pueblos africanos eran y todavía son muy religiosos. La religión, sin embargo, no es sinónimo de cristianismo. La única ventaja que tenían los primeros misioneros en su tarea evangelizadora era que se encontraban con personas que estaban buscando a Dios de una manera vaga e ignorante, pero que desde luego tenían creencias definidas acerca de los dioses. Por lo tanto su labor fue, en cierto modo, similar a la de Pablo en la colina de Marte.
La Sociedad Misionera de la Iglesia (CMS) comenzó su obra en Sierra Leona en 1804, pero anteriormente a esa fecha ya había habido una congregación metodista y otra bautista, iniciadas quizás como consecuencia de las actividades de esclavos libertos. Después siguieron otras misiones, como la Sociedad Misionera Bautista y la Sociedad Misionera Metodista Wesleyana en Badagry, Nigeria, en 1842. Predicaron el perdón de los pecados y obtuvieron algunos conversos. Más tarde se les unieron la Misión del Interior de Sudán, la Misión Unida de Sudán, la Misión Qua Iboe y probablemente algunas otras. Todas llegaron con el mensaje liberador de Jesucristo como Señor y Salvador – el mesías no sólo para los judíos, sino para toda la humanidad. Eso parecía tener sentido y los africanos “se lo tragaron”.
El resultado de estas aventuras fueron bendiciones para todos los gustos. Si bien era bueno que los africanos rompieran con el pasado y abrazaran este nuevo camino, tiraron al bebé juntamente con el agua del baño. Los primeros misioneros tenían el handicap de enfrentarse a gentes cuya cultura y hábitos no comprendían muy bien. En muchos casos no tenían el tiempo o la paciencia necesarios para comprender. Había algo que establecer y consecuentemente se estableció algo.
La iglesia nació y Dios no fue alabado y adorado en la manera en que lo hubieran hecho los africanos, sino al estilo de los misioneros. Tanto los himnos como la melodía eran tan extraños como el instrumento “prodigioso” que emitía esos preciosos sonidos mientras el misionero apretaba y estiraba aquel vistoso artilugio de lado a lado a la altura de su pecho. Los instrumentos locales no fueron considerados adecuados para la adoración. Por un lado, no hacían sonar ninguna música reconocible para el misionero, y por otro no parecían refinados –¡y por supuesto Dios no hubiera estado contento con cosas poco refinadas! Se abandonaron los nombres nativos y en el momento del bautismo se escogieron nombres bíblicos o europeos. Esto tenía su utilidad y su valor, pero su punto débil fue dar por sentado que cada nombre nativo o en lengua vernácula tenía relación con el paganismo. Ahora se está invirtiendo esta tendencia.
No sólo resultaban extraños los nombres. Los edificios de las iglesias adoptaron las formas arquitectónicas propias del país de “origen” de los misioneros. Cualquier cosa que no se pareciera a eso no se consideraba que fuera realmente un templo. Desgraciadamente este enfoque no ha dejado de usarse. Con el tiempo, todo el concepto de cristianismo llegó a estar envuelto por la cultura occidental. Para empeorar aún más las cosas, la colonización siguió a muy poca distancia a la evangelización, y en algunas ocasiones llegó con ella. En muchos casos esto provocó que misión y gobierno se hicieran inseparables.
El advenimiento del cristianismo desde Occidente hizo que nacieran tres falsas impresiones. Una era que la cultura occidental es la única forma posible que puede adoptar el cristianismo en cualquier lugar del mundo porque la cultura occidental es una cultura cristiana. La segunda fue que el elevado desarrollo de determinadas formas de arte occidentales era necesariamente una parte de la buena noticia de Jesucristo. Y la tercera fue que ya que la cultura occidental se desarrolló en parte a partir del cristianismo, es una expresión plena y perfecta del cristianismo en la sociedad.
Las estaciones misioneras a menudo mantenían una estrecha relación con las fábricas de explotación comercial y con el gobierno. Por lo tanto el cristianismo corría peligro –y de hecho fue presa– de que se le asociara con la explotación en lugar de la liberación. Este error iba a costarle caro a las misiones y a la iglesia occidentales.
Más aún, a los países se les impuso el sectarismo. Los bautistas no querían tener nada que ver con los metodistas, los anglicanos consideraban al resto de iglesias protestantes como no conformistas, mientras que los católicos las veían a todas como pseudocristianas, gente que había que convertir y rebautizar. El Tercer Mundo se quedó con una iglesia dividida y sin una identidad cultural.
Los primeros misioneros también trajeron consigo la educación, pero esta misma bendición iba a desencadenar una explosión que trajo aún mayores divergencias, disidencia religiosa y sincretismo organizado. De todos es sabido que todas las luchas a favor de la independencia en lo que entonces eran los países colonizados del Tercer Mundo fueron encabezadas por figuras nacionalistas que eran el producto de la educación misionera. Habían sido educados y había viajado a Occidente. Regresaron y comenzaron a cuestionar el “orden establecido”.
LOS CAMBIOS QUE ESTÁN TENIENDO LUGAR
Algunas iglesias nacionales están empezando ahora a invertir estas tendencias. Generalmente se traducen, y a veces se escriben, los himnos y la liturgia al idioma local, aunque algunos de ellos no son más que transliteraciones y siguen conservando una melodía de corte occidental. Se están haciendo esfuerzos muy serios por escribir canciones y coros al estilo y con el ritmo puramente africanos, pero esta práctica todavía no se ha extendido ampliamente entre las iglesias históricas anglicanas, metodistas, presbiterianas y bautistas.
Han comenzado a surgir muchas iglesias indígenas. Existen tres tipos. Uno es la clase de iglesia indígena que iniciaron los cristianos africanos influenciados en su mayor parte por el movimiento evangélico y pentecostal de plantación de iglesias de origen norteamericano. La mayoría de iglesias de este tipo tienen una teología aceptable y tienden hacia el pentecostalismo o carismatismo. Con frecuencia los fundadores son personas cultas y esto es una ventaja para la organización de la iglesia. Otro tipo es habitualmente carismático y está fundado por hombres “llenos del Espíritu Santo” que tienen muy poca o ninguna preparación cultural. A medida que las iglesias fueron creciendo comenzaron a cometerse errores que desembocaron en problemas. No obstante, ofrecen algunas respuestas cristianas para los africanos corrientes que no pueden estar de acuerdo con las iglesias europeizadas. Estos dos tipos de iglesias indígenas pueden denominarse “Indígenas Evangélico–pentecostales”.
Existe un tercer tipo de iglesia que podría calificarse de espiritista o espiritualista, utilizando el término en un sentido diferente del grupo ocultista occidental. Muchos de estos grupos han empezado desde cero o han surgido al salirse de otra iglesia y suelen tener una base teológica poco firme y dudosa. En todas ellas, las prácticas rituales sincretistas, las profecías, los sueños y las visiones juegan un papel destacado. La autoridad en que se apoyan ciertas doctrinas se basa frecuentemente en porciones de la Biblia malinterpretadas y sacadas de su contexto. Resulta pertinente apuntar que algunos delincuentes avispados, estafadores y timadoras han iniciado iglesias así como una forma de ganar dinero fácil.
Los miembros de estos grupos son controlados mediante el adoctrinamiento y en casos extremos por el temor. Algunos podrán argumentar que estas iglesias espiritualistas ayudan a que la gente abandone sus ídolos. Pero de hecho este abandono de los ídolos para acudir a “Dios” a menudo no es diferente, en esencia, de la práctica común en la religión africana consistente en el abandono de un dios en favor de otro que es tenido por más eficaz. Así, la mayoría de los adeptos persigue un seguimiento orientado a los resultados, en el que las bendiciones se obtienen por la eficacia de los ritos, sacrificios y ceremonias –exactamente igual a lo que harían en una religión tribal. La zona de captación de estas iglesias es amplia y elástica, y trasciende las distinciones sociales y culturales.
De modo que ahora tenemos en estos países las iglesias tradicionales o históricas (las de origen occidental), las iglesias evangélico–pentecostales y las iglesias espiritualistas, y todas ellas pretenden ser el tipo correcto de iglesia. Aparte de las iglesias tradicionales, las otras son reacciones en contra de una iglesia “excesivamente occidentalizada”. Existen cientos ellasen toda África. Todas ellas tienen sus usos, sus virtudes y sus defectos.
Sus virtudes radican en el hecho de que se aproximan al cristianismo desde una perspectiva africana. Adoptan una adoración menos formal, más viva, en la que utilizan instrumentos como la guitarra y los tambores. En conjunto, se aproximan más a la cultura africana en comparación con las iglesias tradicionales que todavía no han roto con la liturgia a la europea y que muy a menudo son tan penosamente europeas y aburridas. Las mejores, principalmente encuadradas en el grupo evangélico–pentecostal, buscan expresar su fe cristiana mediante las formas de adoración indígena que les resultan familiares, al tiempo que mantienen una teología y una doctrina sanas. Su tasa de crecimiento es espectacular.
Sus defectos, comúnmente identificados con las iglesias espiritualistas, se encuentran en el campo de la erudición cristiana. Muchas veces las interpretaciones bíblicas y la práctica se confunden. Se descuida la teología y la formación que reciben los obreros de las iglesias es extremadamente rudimentaria. El resultado es que los sermones se caracterizan más por el “calor” que por la “luz”. Se le da la misma importancia al Antiguo que al Nuevo Testamento y la idea de que Jesucristo es el cumplimiento del Antiguo Testamento no se entiende con claridad. Y así no es de extrañar que se practiquen los sacrificios, la poligamia y otro tipo de rituales.
Esto es muy inquietante.
VENGA A NUESTRO LADO
–Y APRENDA, ADEMÁS DE ENSEÑAR
Cualquier cristiano que vaya a trabajar en un contexto transcultural en el Tercer Mundo tiene que estar preparado para abordar su tarea con toda seriedad, y no considerarla como una aventura. Es verdad que Pablo y su séquito se encontraron con algunas “aventuras” durante sus viajes, pero sus cartas demuestran que se tomó su trabajo muy en serio y en una actitud de oración.
Las iglesias de estas naciones ya tienen sus problemas. En África occidental muchas de las iglesias históricas están luchando por despojarse de la “piel” europea y aparecer como congregaciones verdaderamente africanas. Los jóvenes tienen ganas de ver que la iglesia se vuelva africana no sólo porque tenga ministros africanos, sino también porque utilice una adoración y una expresión al estilo africano. Los mayores se resisten a ello y se producen tensiones. El problema es que muchos de los adultos que han recibido una educación quieren mantener su bagaje cultural, esto es, su educación europeizante, y la vida y el estilo de la iglesia forman parte de ese bagaje. Algunas de estas personas toman su pertenencia a la iglesia con mucha seriedad, pero el peligro consiste en que a menudo el verdadero compromiso cristiano se pierde en medio de la “eficiente” membresía de iglesia. El deseo de ser vistos como algo distinto de las iglesias evangélico–pentecostales o espiritualistas hace que abracen con más ahínco las formas y prácticas “occidentales” de la iglesia.
El dilema para cualquier occidental que trabaje en una iglesia histórica nacional es que no puede hacer otra cosa que acceder a sus deseos. Pero es frecuente que los modelos de adoración sean los que hace ya tiempo han sido abandonados en Europa. Así que uno puede estar tentado a animar cuando menos a la iglesia a que avance en la línea de lo que está ocurriendo en las iglesias europeas, cuyos himnos y liturgia se han renovado. Pero eso será el comienzo de un nuevo círculo vicioso. El ideal es que la iglesia histórica contextualice su adoración, pero eso tiene que hacerse de manera cuidadosa y con oración. Los patrones culturales tienen que ser probados a fondo con el puro evangelio de Jesucristo, ya que todas las culturas son expresiones terrenales del “ser” por parte de la gente que vive en un determinado entorno. Y dado que todos los pueblos son pueblos “caídos”, hay que poner a prueba las culturas para descubrir qué partes se oponen a las Escrituras, qué partes concuerdan con ellas y qué partes son neutrales. Esto ayudará a las iglesias a no absorber aquellos aspectos de la cultura que tienen su origen en un sustrato pecaminoso. En la actualidad hay luz en las iglesias protestantes históricas, pero realmente no está brillando; solo está encendida.
La mejor postura que se puede tomar frente a las iglesias históricas nacionales en el día de hoy es venir a su lado como compañeros. Es entonces cuando uno puede aconsejar, criticar con amor y animar. La iglesia nacional necesita ayuda para asumir un carácter puramente nacional bajo Cristo, sin que se convierta en una copia literal de otra obra. Desgraciadamente algunos cristianos occidentales identifican una sociedad próspera con la ética cristiana, y de este modo tienden a adoptar una actitud paternalista hacia la iglesia nacional. Muchos han descubierto a través de experiencias amargas que eso ya no funciona. Incluso a su propio nivel y dentro de sus pobres circunstancias, la fe de estos cristianos sobrepasa a la de muchos de aquellos que pertenecen a iglesias establecidas de Occidente.
En las otras iglesias nacionales el crecimiento es una norma aceptada y muchas personas están viniendo a la fe cristiana desde distintos trasfondos como resultado de las actividades evangelísticas. También se produce un “crecimiento biológico” a medida que las poblaciones se van incrementando cada vez más. En las iglesias históricas el crecimiento es principalmente biológico, aunque se ven algunos signos de que por fin algo está empezando a moverse, de modo que se están plantando nuevas iglesias con convertidos de primera generación. Este paso lo han dado especialmente los miembros más jóvenes, y es el resultado del movimiento de renovación que está comenzando a afectar a las iglesias tradicionales. Pero la tasa de crecimiento no es nada comparada con las iglesias evangélico–pentecostales.
Las iglesias realmente necesitan una enseñanza y un discipulado más a fondo. Se precisan más obreros para formar, preparar y equipar al ingente número de personas que abrazan la fe cristiana. Probablemente esta sea la tarea que requiere mayor atención por parte de Occidente, ya que la evangelización la llevan a cabo mejor los nacionales.
No obstante, la enseñanza, la preparación y el entrenamiento deben contextualizarse.
En general el africano es religioso y está dispuesto a que se le enseña el Camino que es Jesucristo. Está dispuesto a que se le enseñe y, al igual que Andrés, a ir y contarle a su hermano acerca de su nueva fe en Cristo. Generalmente hablando, el cristianismo en los países del Tercer Mundo, sea el de las iglesias tradicionales o de otro tipo, está llegando a un punto en el que uno comienza a preguntarse si Occidente no se convertirá en un campo misionero. Quizás Occidente pueda, a través de la interacción con las iglesias nacionales, volver a aprender y captar otra vez esa cualidad perdida del entusiasmo a la hora de contar la buena noticia. Cuando una nueva vida y un nuevo celo se extiendan entre las decaídas iglesias occidentales una vez más y los hijos de Dios sean trasladados del oeste al norte, del sur al este, de los occidentales a los nacionales y viceversa, puede que el mundo escuche nuevamente, con voz alta y clara, que Jesús salva.
PRIMERAS IMPRESIONES
–TRES VECES
Ruth Nickerson
Ruth Nickerson se preparó como maestra de niños discapacitados. Después de pasar dos años en el All Nations Christian College, pasó casi diez años en Tailandia con Tear Fund. Sirvió dando clases de alfabetización en el campo de refugiados de Ban Vinai, cerca de la frontera con Laos, y escribió el libro Promise of Dawn, en el que narra las experiencias allí vividas. Ahora ha vuelto a la docencia en su ciudad natal de Huntingdon, Cambridgeshire.
Serví en el extranjero en tres ocasiones: en Sierra Leona cuando tenía veintiún años, y en Tailandia cuando contaba con treinta y tres y treinta y siete años respectivamente. Mis reacciones fueron distintas en cada oportunidad.
SIERRA LEONA A LOS VEINTIÚN AÑOS
Fui allí con cierto espíritu de aventura –con una actitud de antigua chica exploradora que tenía que “arreglárselas sin determinadas comodidades” unido al interés de muchos años (aunque con un nulo conocimiento) por otros países. Tenía la vaga pero excitante sensación de enfrentarme a un desafío y una enorme dosis de ingenuidad. La idea de ir a algún lugar me hacía sentir bastante feliz y no tenía ni idea de lo duro que iba a resultar. Esperaba ser recibida con los brazos abiertos porque había oído que los estudiantes a los que iba a enseñar eran muy aplicados y tenían unos deseos enormes de aprender. Fui una perfecta idiota y me lo creía.
En cuanto llegué se me cayó el alma a los pies al percatarme de la realidad de la situación. Tenía que compartir la casa con una chica del cuerpo de paz americano que bebía ginebra. Pensé que nunca congeniaríamos, pero no fue así. Teníamos una casa cutre, un retrete y suministro de agua. Repentinamente me di cuenta de lo mucho que se esperaba de mí en el trabajo.
Entre mis primeros sentimientos estaban la decepción y el temor. La mayoría de mis estudiantes tenían “intereses creados” (o al menos eso es lo que yo pensé en aquel momento) y no querían estudiar. Lo único que querían era aprobar los exámenes aunque no sacaran suficiente nota, y se volvían agresivos y amenazadores si no conseguían lo que querían. Unido a eso estaba el enfado cuando no valoraban los preciosos posters que tanto tiempo me habían llevado y que ellos habían pintarrajeado enseguida. Después vino la sorpresa y el alivio cuando sufrí una fuerte malaria y ellos se preocupaban tanto por mí.
Pronto sentí que me estaba adaptando al estilo de vida americano dentro del estilo de África occidental. Esto me desconcertó un tanto –esperaba que fuera más fácil adaptarse a los norteamericanos, pero en la fiesta de Acción de Gracias y demás celebraciones me sentía fuera de lugar. En realidad tampoco encajaba en el estilo de vida africano, aunque participaba y disfrutaba de ambos en diferentes ocasiones. Deseaba que viniese otra persona inglesa.
Pensándolo mejor, fue “una experiencia” que valoré, pero me pregunto cuánto hice en realidad para ayudar a la gente. Pienso que yo obtuve el mayor beneficio, espiritualmente (desde luego sirvió para desarrollar mi fe) y en otros sentidos (igual que me pasó cuando comencé a trabajar en el este de Londres con niños de la Zona Prioritaria de Educación, quienes en un porcentaje muy elevado eran hijos de inmigrantes).
TAILANDIA A LOS TREINTA Y TRES AÑOS
A estas alturas desde luego ya era más consciente de estar sirviendo a Dios, probablemente porque era mayor tanto en edad como en experiencia cristiana. Sentí que Dios me había dado tanto y de tan diversos modos, que podía compartirlo (no de forma pomposa) con otras personas que no habían tenía las mismas oportunidades. Estaba dispuesta a ir a cualquier parte, ¡pero no con los ideales de juventud de antes! Tenía más los pies en el suelo y deseaba ir de una forma más consciente por amor a Dios.
Tuve muchas primeras impresiones. Sentí que todo me resultaba nuevo, pero “ninguna novedad” para los demás; ellos estaban acostumbrados y siempre tenían prisa, pero yo no estaba habituada y quería “experimentarlo” y tomarme tiempo para contemplar las cosas. Me llevaron hacia el interior tan poco tiempo después de mi llegada que casi me quedé sin aliento.
Tenía un cuartucho diminuto y agobiante que no contaba con una puerta como tal. Me la presentaron diciendo: “¿No le parece una habitación encantadora?” La primera impresión que tuve al verla fue de decepción y de echarme atrás. Descubrí horrorizada que “presentarme” la situación consistía gradual y simplemente en dejar que me hiciera cargo del trabajo y lo llevara adelante como pudiera. Algunas veces pensé que me veían como una novedad y me ridiculizaban porque no sabía lo que se estaba diciendo sobre mí.
Me desilusionó la falta de comunión. Anhelaba orar con alguien pero en lugar de eso lo anotaba todo en un cuaderno. Sin embargo me sorprendió lo rápido que me sentí como en casa. Me encontraba “bien” en el contexto tailandés y en el campo de refugiados. El idioma no fue mucho lío, aunque no había asistido a una escuela de idiomas, pero se hizo duro cuando ya supe un poco y la gente ya no se mostraba tan indulgente, o al menos así me lo parecía a mí.
Cuando el virus estomacal me afectó por primera vez yo deseaba que hubiera alguien que simplemente me acompañara. Me sentí peor por no ser capaz de comer la “comida para los enfermos” tailandesa que con tanto cariño había preparado una enfermera local. Entonces tuve fuertes retortijones de añoranza y no soportaba mirar siquiera un mapa. También caí en la trampa de creer que “lavarle los pies a la gente” (en mi caso hacer cosas muy rutinarias) estaba muy bien en la teoría, pero en realidad sentí una cierta cantidad de resentimiento – ¿He venido hasta aquí sólo para esto? –y orgullo, “Cualquiera puede hacer esto”; es de suponer que eso incluía la actitud de “Bueno, ¿por qué no estoy haciendo algo más importante?”
TAILANDIA A LOS TREINTA Y SIETE AÑOS
Al intentar recordar cómo me sentía en 1984 puede que mi memoria esté inconscientemente influida hasta cierto punto por el hecho de que todavía estoy aquí. Después de aguardar durante un año entero para “escuchar” a Dios, mi motivación era en gran manera ir “donde fuera” una vez más –pero ahora con una auténtica profundidad. Sabía mucho mejor en qué me estaba metiendo, así que no tenía unas gafas color de rosa que ponerme. Ya era consciente, en muchos aspectos, de las necesidades y quería servir donde pudiera. Esta vez sentí más que nunca que la labor principal que iba a desempeñar era una para la que estaba realmente preparada mucho más a conciencia que anteriormente.
Sin embargo, en esta ocasión era más consciente de mi responsabilidad hacia mis padres, ya mayores, que dejaba atrás. También sentía una cierta aprehensión y temor provocados por el conocimiento de primera mano que tenía de veces anteriores. Sabía cómo serían los virus, las enfermedades y la suciedad.
Cuando finalmente llegué, me invadió la sensación de estar en un lugar que ya conocía, pero que a pesar de ello no era el mismo. Fue desconcertante y difícil adaptarse a él - en muchos sentidos más duro que una experiencia totalmente nueva. La memoria del pasado era más real que el presente. Intelectualmente sabía que no sería lo mismo, pero emocionalmente no estaba tan claro.
Había también una sensación de no estar instalada, ya que no pude llegar a donde tenía que ir durante un tiempo y tuve que vivir con la maleta a cuestas. Me sentí vulnerable y que de alguna manera tenía que empezar otra vez de nuevo, cuando inconscientemente había esperado que fuera una continuación de la última vez. También me espanté al descubrir que no tenía nada que ver con lo que se me había dado a entender por la descripción del puesto de trabajo que me habían dado.
Era mucho más consciente que nunca antes de la dimensión de batalla espiritual que tenía todo aquello. Sentí que había perdido mi identidad personal y que era una extraña para mí misma. En el fondo de mi ser deseaba que alguien me conociera. Quería contar cómo me sentía pero no me sentía con la libertad de hacerlo.

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